Prestigio social, Fama, Carisma.
Hoy nadie parece poner en duda ya el clasista sistema social del capitalismo con sus privilegios y sus obligaciones, dado que su pretendido antagonista "el comunismo" que nunca estuvo fuera del mercado mundial y, por tanto no podía mostrar su bondad como tal, al tener que someterse a las leyes globales de la oferta y la demanda. Además, quienes lo dirigieron demostraron ser unos ineptos corruptos mucho más interesados por su propia posición social que por lo que decían defender en sus programas. Todo aquel pretencioso sistema alternativo fue uno de los mayores desastres para la Humanidad del siglo XX, porque estaba pensado desde arriba y con casi todos los problemas de aquel al que decían sustituir sin solucionar, agravándolos incluso con el traslado masivo de poblaciones o su exterminio cuando no eran dóciles a los nuevos dirigentes, la mala planificación de los recursos, la corrupción casi absoluta de las burocracias que gobernaban en nombre del proletariado o las clases desposeídas, las cuales seguían estándolo, pero ahora trabajaban para alcanzar la máxima ineficacia con el mayor desinterés, aunque se les instase a cumplir las previsiones de planes absurdos en los que no sacaban beneficio, pues casi todo el montaje económico se destinaba a gastos y fastos militares o asuntos marcianos.Yo recuerdo haber visto en Checoslovaquia tipos de zapatos de una sola talla, e incluso me contaron que los había de un único pie para conseguir batir el record productivo, tan kafkianos como la mente que los había encargado y, en la Rumania de Ceaucescu me contaba una periodista de allí que tras importar unas vacas lecheras carísimas pero que no fueron bien tratadas por los "especialistos" del lugar y fallecieron y, ante una inminente visita del insigne líder, hubieron de falsificarse, pintando a otras las manchas de color que tenían las originales: la leche que daban, por supuesto, tampoco era auténtica. En nombre de aquella utopía se cometieron las mayores barbaridades, desde luego, lo que llevó a la desesperanza a muchos más de los que la siguieron, y aún no ha terminado en realidad, puesto que la llamada "China comunista" es una catástrofe desde el punto de vista del igualitarismo o la solidaridad en la que ya hay varios miles de supermillonarios ligados todos ellos al Partido comunista en el poder y las desigualdades se consolidan en lugar de reducirse. Empiezo por ahí para que no haya dudas respecto a la autocrítica imprescindible que debemos hacer todos quienes algún día nos tragamos aquella gran bola (y eso que yo era trotskista y, por lo tanto, antiestalinista y seguidor de una teoría que creía en la democracia de base y la libertad política para todos).
Pero, lo cierto es que el mundo que nos ha quedado está hecho una mierda.
El capitalismo ha alcanzado sus más altas cotas de explotación y destrucción del propio planeta que habitamos, la corrupción se ha extendido a todos los niveles y a todos los países, las guerras son más terribles que nunca y las siguen encabezando los de siempre (Eisenhower denunciaba al final de su mandato y comienzo de la de Vietnam que había que tener mucho cuidado con el lobby militar-armamentista y desde luego que él era conocedor de sus peligros, tan extendidos hoy que los gobernantes del gendarme global están financiéramente comprometidos con las compañías privadas que organizan y se lucran con las guerras, con la disculpa de la seguridad: Cheney, Rumsfeld y el mismo Bush). Los fantasmas del hambre y la miseria o de las enfermedades, que podrían ser aliviadas entre los pobres si se invirtiera en ello en lugar de financiar ejércitos privados para expoliar las riquezas de esos países (del petróleo a los diamantes, pasando por los metales, la madera, la pesca y los cultivos, etc), se han agrandado en tal medida que ya están llegando a insensibilizar a la gente por su cotidianeidad. Han surgido nuevos problemas y nuevas respuestas, a cual peor, a la incapacidad para arreglar el mundo: de las revoluciones locales se ha pasado al terrorismo global, de los movimientos migratorios zonales o temporales se ha ido a un continuo desangramiento de los países más pobres cuyos jóvenes huyen en busca de lo que las televisiones y las películas les muestran como una especie de paraíso del consumo y el bienestar, aunque luego encuentren la muerte en el camino o la sobreexplotación y el maltrato racista allí donde sus ilusiones acaban.
Y, lo peor de todo es que ya nadie pone en duda al sistema de explotación, corrupción y destrucción medio ambiental en que vivimos, porque la gente ha perdido la esperanza de que pueda existir recambio. Unos pocos utopistas levantan la consigna de "Otro mundo es posible", pero ni siquiera son capaces de organizar un partido democrático que compita con posibilidades de ganar a los ya corrompidos por el sistema, que se turnan gobernando.
Pero no era de esto de lo que quería escribir. En realidad yo quería entrar en asunto sociales como el prestigio, la fama y el carisma, los cuales parecen haber cambiado bastante en las últimas décadas en función del cambio operado en la propia sociedad, perdidos viejos valores de solidaridad entre los miembros de una comunidad al ser sustituidos por esa infecta exigencia de éxito individual por encima de todo.
El prestigio social, un sustituto del verdadero afecto del grupo hacia un individuo, ahora se llama fama o pánico al fracaso. Se ha envilecido el respeto al poder hasta un grado humillante que se confunde con el servilismo para no ser alejado de sus privilegios en todos los niveles o marcos sociales y profesionales como si estar junto a los dirigentes fuera una panacea para sobrevivir; o, contra ellos, en el caso de apuntar por una futurible opción.
Quien carece de algún prestigio prestado (o hipotecado, casi siempre) es un apestado, alguien menospreciado e incluso despreciado en el ámbito de sus relaciones. Por eso, la hipocresía y el disfraz tiene tanta relevancia, dado que ocultan o agrandan la realidad del sujeto que hace un conspicuo uso de ellas. Y, por eso, la difamación o mala fama son lo peor que le puede ocurrir a alguien en su grupo social; peor incluso que el fracaso real o la incapacidad para llevar a cabo su tarea, ya que éstos últimos pueden encubrirse pero es casi imposible lavar la imagen dañada por maledicencias.
Vivimos en una sociedad explotadora, en la que unos viven a costa de otros pero tienen que aparentar que merecen ser ricos e incluso que son bienhechores sociales (como hacen los bancos y grandes empresas al destinar una parte minúscula de las plusvalías obtenidas en turbios negocios para crear fundaciones de arte u otros objetivos de prestigio social, pretendídamente filantrópicos, pero que desgravan sus impuestos y lavan su imagen).Del mismo modo que los tiburones de las finanzas y negocios inmobiliarios gustan organizar su prestigio haciendo creer que su labor es hacer el bien social (no construyen para forrarse, sino para que los que van a pagar tengan donde habitar y ser felices). Incluso hay narcotraficantes y vendedores de armas como los de los cárteles colombianos que han sido alabados por sus conciudadanos como próceres benefactores. Muchos políticos juegan ese papel ordenando obras o proyectos legales con el dinero público, eso si, que aparentan engrandecer su ciudad o comunidad, su nación o lo que sea cuando lo que tienen en mente es su propio ego y los intereses bastardos de la gente que los sostiene y que, naturalmente, habrán de salir muy beneficiados con los proyectos aprobados y ejecutados. Los hay incluso que, tras haber gozado del favor público alargan su vida social aprovechando inmoralmente las influencias políticas obtenidas gracias al puesto que ocuparon cuando fueron democráticamente elegidos, pero que una vez fuera de tamaña responsabilidad no dudan en utilizar con fines espúreos (como esos antiguos concejales del ayuntamiento de Madrid ahora en empresas privadas relacionadas con su anterior cargo, o ese expresidente del gobierno, implicado en la manipulación informativa de la realidad ya cuando lo era, pero que después se ha recorrido el mundo haciendo profesión del ataque al gobierno legal de su nación, aunque se considere un gran patriota).
todo el mundo conoce esas cositas, pero entre los seguidores de tales sujetos parece natural e incluso muy inteligente esa clase de corruptibilidad de los exdirigentes, lo cual debería repugnar a cualquier buena conciencia, pero en esa clase de ideología del triunfador parece que se ve como la coda de su carisma.
Se debe eso a que un valor de enorme importancia en el pasado como es esa forma de prestigio social que llamábamos honestidad se ha corrompido por el mismo sistema en que vivimos. Así, si lo importante es triunfar como sea, imponer un criterio a toda costa para ganar y extender la capacidad de consumo conspicuo entre los seguidores y los métodos de enriquecimiento, aunque incluyan falsedades y trampas ésto resulta secundario, no importan ya los medios de llegar sino el fin último, que es ganar, triunfar, dominar.
Y, así, los que originalmente constituía el prestigio social: la honestidad, la honradez personal, la bonhomía y la generosidad han acabado siendo sustituidos por la riqueza inmediata, la astucia tramposa, la capacidad de encubrimiento y manipulación, los métodos de destrucción del contrario y la fama (aunque sea por malo) y otros pseudovalores más acordes con el triunfo del propio ego sobre los demás que con la solución de problemas sociales.
Hoy, el carisma se logra haciéndose famoso por simpatía, mintiendo a diestro y siniestro, aparentando ser lo que otros quisieran ser y, sobre todo, saliendo mucho en la tele para ser reconocido por la calle, muy al contrario de lo que fue antes ese aura que iluminaba a los personajes ilustres que se daban a la sociedad sacrificando su propio interés por el colectivo y que ésta les reconocía con su apoyo y hasta su cariño, a veces mucho después, pero que era sentido como una necesidad de entrega llena de generosidad por el individuo y no como la manera más corta para lograr el éxito.
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Las reflexiones y dudas de un fotógrafo metronauta que ya no cree en casi nada y espera poco de quienes dirigen el mundo, el país e incluso la ciudad. Por si alguien las quiere compartir y discutir.
lunes, octubre 29, 2007
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- Soy fotógrafo de prensa en MADRID y además me gusta escribir. Tengo ya 60 años. Y opino que si no hubiera ni religiones con dioses ni ideologías totalitarias el mundo iría mucho mejor. No creo en la propiedad porque entré sin nada y así me iré de este mundo. Pero sonrío siempre que puedo a la gente (lo que produce efectos de todo tipo: unos se mosquean y otros me la devuelven). El cambio revolucionario lo están produciendo las mujeres al incorporarse a los usos del poder, así que espero que la sociedad vaya mejorando sin violencia y que el mundo detenga la locura de las guerras y los fanatismos para que algún día nuestros nietos vivan mejor. Mi otro Blog ¿POR QUÉ? es aún más descarado.
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