lunes, octubre 29, 2007

Prestigio social, Fama, Carisma.
Hoy nadie parece poner en duda ya el clasista sistema social del capitalismo con sus privilegios y sus obligaciones, dado que su pretendido antagonista "el comunismo" que nunca estuvo fuera del mercado mundial y, por tanto no podía mostrar su bondad como tal, al tener que someterse a las leyes globales de la oferta y la demanda. Además, quienes lo dirigieron demostraron ser unos ineptos corruptos mucho más interesados por su propia posición social que por lo que decían defender en sus programas. Todo aquel pretencioso sistema alternativo fue uno de los mayores desastres para la Humanidad del siglo XX, porque estaba pensado desde arriba y con casi todos los problemas de aquel al que decían sustituir sin solucionar, agravándolos incluso con el traslado masivo de poblaciones o su exterminio cuando no eran dóciles a los nuevos dirigentes, la mala planificación de los recursos, la corrupción casi absoluta de las burocracias que gobernaban en nombre del proletariado o las clases desposeídas, las cuales seguían estándolo, pero ahora trabajaban para alcanzar la máxima ineficacia con el mayor desinterés, aunque se les instase a cumplir las previsiones de planes absurdos en los que no sacaban beneficio, pues casi todo el montaje económico se destinaba a gastos y fastos militares o asuntos marcianos.Yo recuerdo haber visto en Checoslovaquia tipos de zapatos de una sola talla, e incluso me contaron que los había de un único pie para conseguir batir el record productivo, tan kafkianos como la mente que los había encargado y, en la Rumania de Ceaucescu me contaba una periodista de allí que tras importar unas vacas lecheras carísimas pero que no fueron bien tratadas por los "especialistos" del lugar y fallecieron y, ante una inminente visita del insigne líder, hubieron de falsificarse, pintando a otras las manchas de color que tenían las originales: la leche que daban, por supuesto, tampoco era auténtica. En nombre de aquella utopía se cometieron las mayores barbaridades, desde luego, lo que llevó a la desesperanza a muchos más de los que la siguieron, y aún no ha terminado en realidad, puesto que la llamada "China comunista" es una catástrofe desde el punto de vista del igualitarismo o la solidaridad en la que ya hay varios miles de supermillonarios ligados todos ellos al Partido comunista en el poder y las desigualdades se consolidan en lugar de reducirse. Empiezo por ahí para que no haya dudas respecto a la autocrítica imprescindible que debemos hacer todos quienes algún día nos tragamos aquella gran bola (y eso que yo era trotskista y, por lo tanto, antiestalinista y seguidor de una teoría que creía en la democracia de base y la libertad política para todos).
Pero, lo cierto es que el mundo que nos ha quedado está hecho una mierda.
El capitalismo ha alcanzado sus más altas cotas de explotación y destrucción del propio planeta que habitamos, la corrupción se ha extendido a todos los niveles y a todos los países, las guerras son más terribles que nunca y las siguen encabezando los de siempre (Eisenhower denunciaba al final de su mandato y comienzo de la de Vietnam que había que tener mucho cuidado con el lobby militar-armamentista y desde luego que él era conocedor de sus peligros, tan extendidos hoy que los gobernantes del gendarme global están financiéramente comprometidos con las compañías privadas que organizan y se lucran con las guerras, con la disculpa de la seguridad: Cheney, Rumsfeld y el mismo Bush). Los fantasmas del hambre y la miseria o de las enfermedades, que podrían ser aliviadas entre los pobres si se invirtiera en ello en lugar de financiar ejércitos privados para expoliar las riquezas de esos países (del petróleo a los diamantes, pasando por los metales, la madera, la pesca y los cultivos, etc), se han agrandado en tal medida que ya están llegando a insensibilizar a la gente por su cotidianeidad. Han surgido nuevos problemas y nuevas respuestas, a cual peor, a la incapacidad para arreglar el mundo: de las revoluciones locales se ha pasado al terrorismo global, de los movimientos migratorios zonales o temporales se ha ido a un continuo desangramiento de los países más pobres cuyos jóvenes huyen en busca de lo que las televisiones y las películas les muestran como una especie de paraíso del consumo y el bienestar, aunque luego encuentren la muerte en el camino o la sobreexplotación y el maltrato racista allí donde sus ilusiones acaban.
Y, lo peor de todo es que ya nadie pone en duda al sistema de explotación, corrupción y destrucción medio ambiental en que vivimos, porque la gente ha perdido la esperanza de que pueda existir recambio. Unos pocos utopistas levantan la consigna de "Otro mundo es posible", pero ni siquiera son capaces de organizar un partido democrático que compita con posibilidades de ganar a los ya corrompidos por el sistema, que se turnan gobernando.
Pero no era de esto de lo que quería escribir. En realidad yo quería entrar en asunto sociales como el prestigio, la fama y el carisma, los cuales parecen haber cambiado bastante en las últimas décadas en función del cambio operado en la propia sociedad, perdidos viejos valores de solidaridad entre los miembros de una comunidad al ser sustituidos por esa infecta exigencia de éxito individual por encima de todo.
El prestigio social, un sustituto del verdadero afecto del grupo hacia un individuo, ahora se llama fama o pánico al fracaso. Se ha envilecido el respeto al poder hasta un grado humillante que se confunde con el servilismo para no ser alejado de sus privilegios en todos los niveles o marcos sociales y profesionales como si estar junto a los dirigentes fuera una panacea para sobrevivir; o, contra ellos, en el caso de apuntar por una futurible opción.
Quien carece de algún prestigio prestado (o hipotecado, casi siempre) es un apestado, alguien menospreciado e incluso despreciado en el ámbito de sus relaciones. Por eso, la hipocresía y el disfraz tiene tanta relevancia, dado que ocultan o agrandan la realidad del sujeto que hace un conspicuo uso de ellas. Y, por eso, la difamación o mala fama son lo peor que le puede ocurrir a alguien en su grupo social; peor incluso que el fracaso real o la incapacidad para llevar a cabo su tarea, ya que éstos últimos pueden encubrirse pero es casi imposible lavar la imagen dañada por maledicencias.
Vivimos en una sociedad explotadora, en la que unos viven a costa de otros pero tienen que aparentar que merecen ser ricos e incluso que son bienhechores sociales (como hacen los bancos y grandes empresas al destinar una parte minúscula de las plusvalías obtenidas en turbios negocios para crear fundaciones de arte u otros objetivos de prestigio social, pretendídamente filantrópicos, pero que desgravan sus impuestos y lavan su imagen).Del mismo modo que los tiburones de las finanzas y negocios inmobiliarios gustan organizar su prestigio haciendo creer que su labor es hacer el bien social (no construyen para forrarse, sino para que los que van a pagar tengan donde habitar y ser felices). Incluso hay narcotraficantes y vendedores de armas como los de los cárteles colombianos que han sido alabados por sus conciudadanos como próceres benefactores. Muchos políticos juegan ese papel ordenando obras o proyectos legales con el dinero público, eso si, que aparentan engrandecer su ciudad o comunidad, su nación o lo que sea cuando lo que tienen en mente es su propio ego y los intereses bastardos de la gente que los sostiene y que, naturalmente, habrán de salir muy beneficiados con los proyectos aprobados y ejecutados. Los hay incluso que, tras haber gozado del favor público alargan su vida social aprovechando inmoralmente las influencias políticas obtenidas gracias al puesto que ocuparon cuando fueron democráticamente elegidos, pero que una vez fuera de tamaña responsabilidad no dudan en utilizar con fines espúreos (como esos antiguos concejales del ayuntamiento de Madrid ahora en empresas privadas relacionadas con su anterior cargo, o ese expresidente del gobierno, implicado en la manipulación informativa de la realidad ya cuando lo era, pero que después se ha recorrido el mundo haciendo profesión del ataque al gobierno legal de su nación, aunque se considere un gran patriota).
todo el mundo conoce esas cositas, pero entre los seguidores de tales sujetos parece natural e incluso muy inteligente esa clase de corruptibilidad de los exdirigentes, lo cual debería repugnar a cualquier buena conciencia, pero en esa clase de ideología del triunfador parece que se ve como la coda de su carisma.
Se debe eso a que un valor de enorme importancia en el pasado como es esa forma de prestigio social que llamábamos honestidad se ha corrompido por el mismo sistema en que vivimos. Así, si lo importante es triunfar como sea, imponer un criterio a toda costa para ganar y extender la capacidad de consumo conspicuo entre los seguidores y los métodos de enriquecimiento, aunque incluyan falsedades y trampas ésto resulta secundario, no importan ya los medios de llegar sino el fin último, que es ganar, triunfar, dominar.
Y, así, los que originalmente constituía el prestigio social: la honestidad, la honradez personal, la bonhomía y la generosidad han acabado siendo sustituidos por la riqueza inmediata, la astucia tramposa, la capacidad de encubrimiento y manipulación, los métodos de destrucción del contrario y la fama (aunque sea por malo) y otros pseudovalores más acordes con el triunfo del propio ego sobre los demás que con la solución de problemas sociales.
Hoy, el carisma se logra haciéndose famoso por simpatía, mintiendo a diestro y siniestro, aparentando ser lo que otros quisieran ser y, sobre todo, saliendo mucho en la tele para ser reconocido por la calle, muy al contrario de lo que fue antes ese aura que iluminaba a los personajes ilustres que se daban a la sociedad sacrificando su propio interés por el colectivo y que ésta les reconocía con su apoyo y hasta su cariño, a veces mucho después, pero que era sentido como una necesidad de entrega llena de generosidad por el individuo y no como la manera más corta para lograr el éxito.
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lunes, octubre 22, 2007

Más elementos de reflexión sobre el terrorismo:
Las dos caras de la postmodernidad actual: 1, consumismo y despilfarro capitalista con la exacerbación de las diferencias económico-sociales a la vista y al sentir de la inmensa mayoría de la población mundial, por un lado; y 2, los fundamentalismos religiosos-culturales (también de carácter económico, como en la escuela de Chicago de Milton Friedman, que atacó a Chile otro 11 de setiembre para derrocar a Allende y poner a su servidor Pinochet, o como lo fueron los sistemas de tipo soviético hasta su implosión) ante la idea frustrada de mejorar el nivel de vida popular y la amenaza del laicismo entre los creyentes, que temen las tentaciones a su vulnerable fe.
Ahí están, pues, el carácter del capitalismo financiero intervencionista global, a través de multinacionales agresivas y tiburones bursátiles, que busca beneficios a toda costa y arrasa todo sin respetar ni la naturaleza misma del planeta ni la idiosincrasia de los pueblos que esquilman, ni la estabilidad social y política de los países, ni las costumbres religioso-culturales de las sociedades ni el carácter amoral de ese impulso eoísta y predador de quedarse con todo, porque mercadea con cualquier cosa y corrompe a las élites de las sociedades en las que interviene, o sea en todo el mundo.
Y luego está la reacción antiprogreso, si es que a ese sistema económico arrollador se le puede calificar como progreso (independientemente de que algunos logros científico-tecnológicos lo sean, antes de convertirse en materia de mercado, con único interés de beneficiar a los accionistas y gestores de las compañías: ejemplo, la vacuna antimalaria de Patarroyo, comprada por una multinacional farmacéutica, desapareció), de sectores irritados de la población que ante tal decepción, vuelven sus ojos al pasado o a sus mitos, en busca de alternativas propias para impedir la destrucción absoluta y la disolución postmoderna (relativismo cultural) de sus señas de identidad como sociedades agrarias modestas y de costumbres familiares muy tradicionales.
De ahí el resurgir de los fundamentalismos religiosos cristianos (los primeros en surgir, en los EEUU de principios del SXX que era la sociedad más dinámica), los judíos (hasídicos ortodoxos, que dominan políticamente Israel y al lobby projudío en Norteamérica), los islámicos (primero en Egipto, con los Hermanos Musulmanes como reacción al naserismo, cuando la modernidad entraba a saco y chocaba con la miseria de los que no gozaban del favor colonial o estaban junto al gobierno y preferían sus arcaicas tradiciones). Y, luego, los otros fundamentalismos que van del hinduismo y sihjismo, al budismo y los chamanismos, reinterpretados ahora en clave postmoderna Nueva Era, que gozan de gran predicación y aparentan modernidad, pero reaccionan con fanatismo, incluso en la defensa de causas aparentemente justas, como los animales y la lucha antinucleares.
También forman parte de ello la proliferación y auge de los nacionalismos dentro de estados nacionales consolidados, creados a partir de las ideas occidentales, unos más virulentos y otros más negociadores, pero todos con valores tradicionalistas antiglobalización y atados a la etnidad y las lenguas vernáculas, como en España, Francia, Bélgica, la exYugoslavia fracturada, las exRepúblicas soviéticas, Canadá y el Reino Unido, etc. Y las subsecuentes reacciones centralistas de los nacionalismos estatalistas en cada lugar que, en ocasiones, son también muy enérgicas. A eso responden las posiciones españolistas anticatalanas y antivascas que denigran cualquier posibilidad de llegar a acuerdos con los nacionalistas que supongan merma en su control del territorio por el que los otros litigan, como Ibarretxe y Carod.
También se nota en casi todas las reacciones antimodernas (de un lado u otro) un sentimiento machista violento muy fuerte, un deseo de conservar el estatus tradicional de la familia, pues el valor desestabilizador más distintivo de la modernidad es la ruptura de papeles tradicionales y la emancipación de la mujer, su salida del control hogareño paternalista y la puesta en cuestión del sistema de patriarcado agrarista que aún perdura en la mente de todos los conservadores de cualquier sociedad y en la muchos de quienes se consideran progresistas, al ser inculcado en la tierna infancia.
De hecho, los asesinatos de mujeres y la violencia de género son la respuesta individualizada de unos fundamentalismos sociales sin organizar, que adquieren coherencia en religiones o nacionalismos tradicionalistas. Siempre se trata de reacciones violentas de sujetos o entes socio-culturales (incluyendo religiosos y políticos) que se ven "entre la espada y la pared" de sus ideas y la realidad y no soportan más esa horrible sensación de opresión y vergüenza, por lo que actúan con sentimientos extremados de autoinmolación de sí mismos y cargándose siempre que pueden antes a los causantes de su dolor, son en cierta forma parecidos a los anarcosindicalistas que mataban patronos a principios del siglo XX, sin estar organizados y estructurados, o como (aunque eso es un fenómeno algo distinto por sus características particulares) los estudiantes norteamericanos que tras ser suspendidos o expulsados de su escuela, entran armados y buscan la masacre de los que consideran culpables.
Y, es que el terrorismo fundamentalista tiene niveles distintos, pero parte de una reacción emocional de impotencia ante el dolor de la pérdida (esposa/novia, valores religiosos, esperanzas de futuro, nación o etnidad) que se expresa haciendo el máximo daño posible a la sociedad o a los individuos acusados como culpables. Y no permite negociar si se basa en absolutos, en términos míticos idealizados como el honor, la patria, el respeto a su Dios, su raza, su terruño, su familia, etc. Por lo que la búsqueda de soluciones es muy complicada.
Desde luego tampoco parecen favorables a acabar con esos problemas el uso de la violencia, las guerras, o intención de aplastamiento policial, porque producen metralla y semillas de nuevas adhesiones de sujetos siempre débiles en su carácter emocional y vulnerables a sumarse a la lucha contra el opresor, cualesquiera que sea éste.
El camino está en la reeducación emocional, la destrucción racional de los mitos y, en definitiva, el paso hacia delante del pensamiento humanista, en el sentido de enseñar a reflexionar desde niños acerca de lo que somos y nuestras inevitables diferencias para empatizar y tolerar, pero sobre todo para llegar algún día a tener un mundo donde unos no vivan a costa de otros, aprovechándose de ventajas previas como el lugar y la familia donde naces o la inteligencia que tengas.
Pero, mientras tanto, hay que buscar siempre vías de diálogo incluso con quienes tienen las armas en la mano, dado que estos ven a la sociedad dominante como armada contra ellos y es difícil que cedan unilateralmente a la imposición de los otros. No basta decir que se quiere la paz, hay que hacerla vivir. Y eso vale para toda clase de fanáticos. Hay que ser capaces de meterse en la mentalidad del marido celoso que mata a su mujer porque esta decidió irse de casa, al integrista que no soporta la contaminación de sus costumbres y su piedad religiosa por la modernidad televisiva que se extiende por sus ciudades, al nacionalista (vasco o español, me da igual) que piensa que su patria se rompe por culpa del otro, al animalista que en vista de que hay criaderos de visones decide soltarlos, al chaval desintegrado de quien se ríen los compañeros que un día coge un arma y entra a sangre y fuego, y a todos los demás, que ven tan negro su futuro que se lían la manta a la cabeza y salen a la calle a matar y/o morir porque no soportan ya la vida tan cambiada de como se les enseñó de niños que prefieren destruirla.

martes, octubre 02, 2007


EL MIRÓN INDISCRETO
Venga a cuento ésto de la columna de Javier Marías este domingo en EPS y la referencia que hace a otra de P.Reverte acerca del derecho a mirar, oír (yo añado y a oler, qué remedio) así como a comentar lo que nos plazca de cualquiera en el espacio público. Y la crítica suscitada por intolerantes, hipócritas y moralistas de todo cuño, los cuales se indignan ante el hecho natural de cotillear entre amigos (y amigos son nuestros lectores, pocos o muchos, en el sentido de ser personas aunque desconocidas a quienes contamos cuitas que pensamos y sentimos sin otro pudor que el buen gusto. Marías hablaba de las ofendidas (algunas "feministas" que le llamaron machista, cabrón y hasta neonazi) por comentar el aspecto de alguna mujer que vieron por la calle. Cómo si las mujeres no hablaran de nuestros culos y de lo mal que visten sus amigas, por poner un ejemplo que he escuchado muchas veces en la calle a chicas educadas.
Yo también soy de la opinión de que actualmente hay un desmedido seguimiento de modas ridículas y con peor gusto que nunca, aparte de cuestiones económicas y de extracción social, porque casi todas las chicas y los chavales se ponen en serie y parecen formar parte de casting para tribus urbanas. como esa tendencia que ya empieza a decaer de los pantalones a lo Cantinflas mostrando las braguitas tanga o los gayumbos con dibujitos infantiles.
Me ha ocurrido a mi recientemente que, gracias a que tengo callo en el espíritu y capacidad de respuesta en directo, nadie me intimida, pero un sujeto joven amachambrado a su chorba en un vagón de Metro me preguntó airado que qué miraba, porque yo me dedico a pasear mis ojos por el entorno y debían haber recaído en ellos un par de segundos, además de en casi todo el mundo alrededor, pues costumbre mía escuchar frases y conversaciones (como Vila-Matas, cuenta por cierto en su último libro que es su afición), fijarme en detalles que a otros pasan desapercibidos (de ahí las raras fotos que pueden ver en mi otro Blog EL METRONAUTA tomadas cotidianamente en cualquier lado), tan sólo por la curiosidad de sentir la humanidad de mis vecinos con todas su tonterías y grandezas. Le respondí, como era de recibo, que lo que me diese la real gana, puesto que mirar y escuchar son aún libres en esta sociedad y no estoy dispuesto a ceder mi derecho a hacer uso de sentidos tan maravillosos sólo porque a alguien le moleste que lo haga. Quien no quiera que se le observe que se quede en casa o viaje con burka -añadí- que lo que se ofrece a los ojos en lugar público es normal mirarlo y escucharlo y puesto que ellos no estaban en privacidad no eran quien para exigirme nada. Ella dijo que yo era un descarado, y respondí que si, y que si preguntaban a otras personas si les había mirado antes o después obtendrían una respuesta de ello. Una señora apoyó mi afirmación y otro caballero comentó lo absurdo de sentirse molesto porque alguien te mire en el metro. Añadí por último y para hacer un poco de sangre limpia al tema que había hecho profesión precisamente de mirar convirtiéndome en fotógrafo y además cobraba por ello. Se fueron con el rabo entre las piernas, rebajando su enfado con disculpas vagas y justificando una cuestión absurda, más basada en su deseo machista de reforzar su sentido de propiedad respecto a la moza y hacer de gallito moralista.
La cosa no tiene importancia en sí. Pero esta siendo así en los últimos tiempos y debido a los abusos de todos esos que compran y venden imágenes propias y ajenas, persiguen y acosan a los que no se ofrecen y luego discuten en los tele-basureros si fue así o de otra forma, si estaba éste o aquel en la borrosidad de la grabación o si hacía o deshacía ovillos el fulano o la gallarda y todo lo demás que a nadie mas que a un patio de vecindad debería interesar, pero vende y mueve kilos a mansalva.
Como dice Marías "basta ya de hipocresías y dengues", todo el mundo mira y hace comentarios, a qué viene mosquearse si uno da lugar a que se observe y se hable (la foto de arriba es robada, claro, en un bar pero podría haberla hecho en un millón de sitios para mostrar el horrendo gusto de mostrar espaldas, ombligos o escotes y luego ofenderse cuando quien pasa por al lado mira (con o sin descaro) . Ahí está esa vieja foto de Doisneau (ahora en la exposición de los culos en el Canal de YII) entre otras muchas de una pareja mirando un escaparate en donde la mirada oblicua de él se desvía hacia un retrato de una señorita sin ropa en un lateral mientras ella mira otras cosas. Una foto que fue seriada y con su cámara disimulada para captar el entonces indiscreto acto de mirar de soslayo lo evidente. Yo, como el rey de Redonda y el duque de Corso no voy a pasar por ningún aro que pretenda prohibir la mirada, la palabra hablada y escuchada y hasta, como dije antes los olores, perfumados o hediondos que la calle y los espacios públicos me traen, porque es mi naturaleza ser mirón y ni esos estúpidos vigilantes de seguridad privada que quieren prohibir retratar hasta la Torre Picasso, por poner un ejemplo notorio, ni los policías que no demuestren que existan motivos de seguridad reales para impedirme trabajar en mi oficio lo lograrán. Y últimamente están muy pesaditos con eso jodiendo más de lo debido cuando no tienen motivo, como en accidentes o manifestaciones. Si alguien quiere tomar medidas que llame a un juez y a la ley me someteré, nunca al capricho moroso de nadie.

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Madrid, Madrid, Spain
Soy fotógrafo de prensa en MADRID y además me gusta escribir. Tengo ya 60 años. Y opino que si no hubiera ni religiones con dioses ni ideologías totalitarias el mundo iría mucho mejor. No creo en la propiedad porque entré sin nada y así me iré de este mundo. Pero sonrío siempre que puedo a la gente (lo que produce efectos de todo tipo: unos se mosquean y otros me la devuelven). El cambio revolucionario lo están produciendo las mujeres al incorporarse a los usos del poder, así que espero que la sociedad vaya mejorando sin violencia y que el mundo detenga la locura de las guerras y los fanatismos para que algún día nuestros nietos vivan mejor. Mi otro Blog ¿POR QUÉ? es aún más descarado.