lunes, octubre 02, 2006

REFLEXIÓN SOBRE LA MIRADA
Me gusta mirar. No me refiero a sexo. Que, por supuesto, me encanta mirar también eso, tanto filmado como si se desarrolla cerca de mi. Pero ahora es poco factible. Existen más inhibiciones sociales que en los años setenta y ochenta del siglo pasado. Entonces, especialmente en lugares de vacaciones, a veces podías ver a una pareja, follando o casi, en un parque o una playa sin que se montara un escándalo. Al menos para los jóvenes.
También me gusta escuchar: tuve una vecina que armaba tal escándalo por las noches haciendo el amor con su pareja que casi me ponía nervioso. Me excitaba escuchar lo muelles de su cama, sus gemidos y jadeos, el largo suspiro del orgasmo, casi un grito agarrotado en la garganta de la habitación de arriba.
Aunque es mucho más emocionante escucharlo en algún lugar semipúblico, como un departamento de tren, en las otras literas, en el terciopelo azul de un cine, cuando alguna pareja se mete mano a fondo y, entre crujidos de ropa, siseos y respiraciones entrecortadas, llegas a sentir el roce de los cuerpos, las manos hundidas en la profundidad de los vientres, el jadeo de besos prietos en que disimulan los gritos apagados de placer, las exhalaciones y requerimientos inmediatos. Hasta que llega el acomodador (o eso pasaba en mis tiempos juveniles) y te alumbra con la linterna, te monta el pollo y se acabó: a la p... calle.
Pero, también me gusta simplemente ver a esa pareja que desciende las escaleras mecánicas del Metro fundidos en un beso, apretando sus cuerpos, rozados por el paso de la gente a su lado, indiferentes a las miradas, introduciendo sus lenguas sin recato en las respectivas bocas, mientras yo subo por el otro lado. Y, entonces, ella levanta los ojos y me ve, mirando con descaro su acción, pero sigue, sin hacerme caso o, me gustaría a mí pensar entonces, haciéndome compartir el recoleto prolegómeno sexual para invitarme a un impensable "menage a trois". ¡Qué iluso!.

No obstante, cuando digo que me gusta mirar, me estoy refiriendo a todo. No soy un voyeur al uso, pendiente de una observación erótica para satisfacerme, sino un mirón de la vida en general. Voy por la calle mirándolo todo. Y, a veces, encuentro al cruce miradas molestas, despecho, irritación, recato, frialdad, dureza,... Pero, también agrado, acogimiento, simpatía, descaro, alegría, calor, cobijo,... Y, claro, indiferencias mil. la gente es muy suya...
Miro lo que pasa y como pasa. Quien lo hace y lo que se recibe. Miro hacer y esperar, miro la vida. Y trato de disfrutar de ella.
Supongo que si soy fotógrafo es por eso. Pero la cámara no puede captar ni una milésima parte de lo observable sin ella, porque enfrenta al receptor a un espejo invisible, sin respuesta a su rostro, que atemoriza o produce un cambio de expresión consecuente al efecto de salir bien en la foto o huir de ella.
Así que, aunque me gustaría conservar los instantes para repasarlos, prefiero confiar en mi discreta memoria de mirón. Y causar reacciones acariciando con mi vista los ojos de las personas y hasta la superficie de los objetos que veo.
Los anglosajones tienen un concepto vergonzante de ese acto tan natural. Retiran los ojos, se sienten indagados, se ofenden si insistes en mantener tu punzada intangible. Su doble moral los revela sentidos ocultos de vulneración íntima, los hace sentirse sofocados y tocados y temen la cercanía extrema de un desconocido. Van junto a tí en el metro o el bus y piden perdón antes de que los toques por miedo al contacto humano. Si te acercas demasiado se ofenden y si los mira directamente sin conocerlos apartan su mirada y los notas violentados. Por eso, su distancia de charla es un metro y la nuestra la mitad o menos. Por eso les repugna dar la mano a la primera o besarse al saludar. Por eso mantienen ocultas en su perversión de Jano, con dos caras diferentes, una para el público y otra para su privacidad exclusiva, tantas miradas secretas. Y luego, los que son famosos salen en los periódicos por hacer cosas vergonzantes que a nosotros nos parecen naturales de la vida privada y que, aunque pudieran dar que hablar a las vecinas, nos importan poco a los demás porque no juzgamos a la gente por ello.
Pero nuestra mirada, la mía desde luego, es táctil, absorbente y gozosa sin paliativos ni dobleces. Yo, cuando miro, desearía tragar con todos los sentidos aquello que observo para disfrutar en cada terminación nerviosa del placer de hacerlo mío.
Un paisaje, una escena, una persona, una acción, un momento proporcionan, si se emplea la mente omnisciente en ello, un paraíso de sensaciones. Los colores, las texturas, los gestos que reconocemos o nos sorprenden, la vibración del aire con la voz o el movimiento, los olores y la adivinación del sabor y la forma oculta tras el velo de la ropa, la conversación o su teatro producen en mí un cúmulo de impresiones fotográficas, táctiles, sonoras, perfumadas y sabrosas que inundan si estoy abierto al mundo, mi cuerpo de felicidad física y pura. Sin intereses, sin deseos objetuales, sin intención de ir más lejos que ese sentir a media distancia la presencia humana como un premio de la vida: oir razonar a un joven con argumentos que va descubriendo y metáforas que estrena al expresarse, ver reir a un niño al mirarte sin desconfianza desde su cochecito, sentir el orgullo de una mujer madura a quien repasas con admiración su elegante andar o la expresividad de su rostro al girar el cuello y sentir la inundación de su aura por tu asombro. Recorrer los detalles de un minúsculo escenario fortuito y ecléctico al borde de un cruce de semáforos, o desde la ventana de una habitación, a través de la cual los tejados y las terrazas se convierten en abstracciones pictóricas por causa de una neblina o unos tonos crepusculares que invaden las sombras azules y recortan los bordes antenados en fucsias y anaranjados. Llegar a un jardín diminuto o sentarse al borde de un acantilado a ver el mar bajo la lluvia, todo de acero fluido repicado por golpes inaudibles en una extensión plana de horizonte infinito.
Me subyuga la impresión de belleza cada vez que un detalle de un rostro, el vuelo de una falda, el gesto de una mano, la risa increíble en un lóbrego vagón de metro donde todos van dormidos o leyendo, rompe la monotonía .
Son tantas la veces que quisiera parar el tiempo para poder sacar la cámara del bolso y retratar el aire de un lugar, las formas desplazándose, las impresiones químicas en mis papilas, la emoción del momento, que me parece estar perdiendo la oportunidad de captarlo todo y mostrárselo a otros, a quienes quieran ver, que no anden con su piloto automático conectado todo el día para transitar la vida sin sentirla por miedo , porque temen el placer al que consideran pecado, o el dolor con el que lo confunden.
Yo vivo cada instante con plena consciencia de lo que hago porque esa doble sensación: vivir y ser consciente es lo que nos hace humanos, lo que permite empatizar y reflexionar, estar en más niveles de existencia que los otros animales, en búsqueda por sobrevivir.
Decía David Hockney, ilustre fotógrafo cubista y pintor pop británico, cuando abandonó el uso de la cámara por las acuarelas (lo que también había hecho antes el gran Henri Cartier-Bresson, por motivos similares) que ese objeto interpuesto que produce copias de la realidad le imponía con su rapidez una forma de mirar poco profunda. Cree que al dibujar puede llegar más dentro del motivo, buscar correlaciones (o sea, metáforas) entre lo que ve y lo que siente. Como esa acuarela siena de la mezquita cordobesa que parece un palmeral en su interpretación artística.
Y, si, es cierto que la fotografía es un género impregnado de la inmediatez de lo moderno, lo industrial en serie, la copia hecha bagatela. Porque es tanta la realidad a nuestro alrededor (una realidad impuesta por la educación de nuestra mirada y la interpretación de los signos y los símbolos, de los mitos y sus imagenes rituales puestas al día) y son tan inmensas las posibilidades de interpretarlas, que sólo un artefacto que atrape las impresiones de luz y las inmovilice de forma precisa pero a nuestro antojo, con un punto de vista, una profundidad de campo y color, una anchura o una precisión minimalista estricta, un ambiente de luces o un instante volátil hecho estatua por efecto de la técnica empleada, no llegan tan lejos como la mirada pensada y lenta del dibujante ante su caballete donde todo se construye y deconstruye poco a poco, punto a punto o línea a línea, color a color, dando la interpretación sensual que es producida tras larga permeación del alma artística en su autor.
Es así, la fotografía, un medio rápido de robar recortes del espacio-tiempo al gusto medio que pueda ser leído por quienes verán la imagen, que no la realidad. Lo es al menos en el método turístico o periodístico de enfrentarse a la imagen viva y construirla con el simple medio de meterla en un rectángulo. No lo es tanto en el estudio de retrato o de publicidad, porque la innovación necesaria para vender lo mismo con apariencia nueva, los hace tener que plasmar virtualidades continuas.
Y, ahora, se me ocurre que practicamente ha desaparecido esa categoría artística que fue tan valorada cuando las ropas ocultaban los cuerpos: el desnudo. Que ha quedado limitado a la exposición brutal de la pornografía o a la falsificación del erotismo en la publicidad. Aquellas figuras murieron con Picasso.

En fin, digamos que me siento sobrehumano, un ser inteligente y sensual cuando me esfuerzo en vivir en varios niveles de realidad: El primero es la mirada ( y todas sus extensiones sensuales). Otro, la imagen, que es la inmovilización y selección de lo mirado, destacando aspectos o sensaciones al construir un icono desde la realidad. Un tercero es la reflexión sobre la primera y la segunda formas de mirar: interpretar o editar la imagen conociendo o no la realidad troceada de la que fue raptada. Un cuarto nivel es escribir acerca de lo que piensas sobre todo eso y volver a sentir el instante cero si lo has vivido, su imagen si lo has captado, su interpretación si has pensado en ello y te has hecho preguntas. Y, como corolario de todo, dejarlo ir, desvanecerse en la memoria y construir sentido o aprender un nuevo orden inconsciente desde el caos inicial de la vida, llegar al subconsciente sin pretenderlo, interiorizar el sentido de la vida, esa suma cero de aspectos positivos y negativos que empieza al abrir los ojos y termina al extinguirse el aliento final. De ahí surge la meditación y la elevación del acto de mirar en su transmutación original por encima de toda realidad que se sobrepone al mundo y a la propia existencia y se convierte en presencia plena a través de la cultura al nivel del mito y sus excrecencias. Es, de hecho, el camino seguido por los mitos postmodernos, lo que aterroriza o excita, lo que apacigua y lo que incita, lo que tiene un significante que se lee de golpe para los observadores motivados con puntos de vista objetivables y genéricos, a través de los cuales la publicidad o la política seducen y atraen, pareciendo lo que no son y vendiendo humo para consumo masivo. O su contrario en la siguiente temporada.
Toda mirada traspasa, si se sabe hacer y uno es capaz de pensar y no tan sólo de hacer como piden los líderes, los límites de la realidad en que vivimos. El mundo no es sólo la imagen que nos ofrecen, ni las interpretaciones que hemos aprendido a hacer. Pon emoción al mirar y descubriras lo que no parecía estar ahí.
Disfruta con la belleza que ofrece cada instante y habrás ganado el único cielo posible: el presente. Mira.......

Datos personales

Mi foto
Madrid, Madrid, Spain
Soy fotógrafo de prensa en MADRID y además me gusta escribir. Tengo ya 60 años. Y opino que si no hubiera ni religiones con dioses ni ideologías totalitarias el mundo iría mucho mejor. No creo en la propiedad porque entré sin nada y así me iré de este mundo. Pero sonrío siempre que puedo a la gente (lo que produce efectos de todo tipo: unos se mosquean y otros me la devuelven). El cambio revolucionario lo están produciendo las mujeres al incorporarse a los usos del poder, así que espero que la sociedad vaya mejorando sin violencia y que el mundo detenga la locura de las guerras y los fanatismos para que algún día nuestros nietos vivan mejor. Mi otro Blog ¿POR QUÉ? es aún más descarado.