Más elementos de reflexión sobre el terrorismo:
Las dos caras de la postmodernidad actual: 1, consumismo y despilfarro capitalista con la exacerbación de las diferencias económico-sociales a la vista y al sentir de la inmensa mayoría de la población mundial, por un lado; y 2, los fundamentalismos religiosos-culturales (también de carácter económico, como en la escuela de Chicago de Milton Friedman, que atacó a Chile otro 11 de setiembre para derrocar a Allende y poner a su servidor Pinochet, o como lo fueron los sistemas de tipo soviético hasta su implosión) ante la idea frustrada de mejorar el nivel de vida popular y la amenaza del laicismo entre los creyentes, que temen las tentaciones a su vulnerable fe.
Ahí están, pues, el carácter del capitalismo financiero intervencionista global, a través de multinacionales agresivas y tiburones bursátiles, que busca beneficios a toda costa y arrasa todo sin respetar ni la naturaleza misma del planeta ni la idiosincrasia de los pueblos que esquilman, ni la estabilidad social y política de los países, ni las costumbres religioso-culturales de las sociedades ni el carácter amoral de ese impulso eoísta y predador de quedarse con todo, porque mercadea con cualquier cosa y corrompe a las élites de las sociedades en las que interviene, o sea en todo el mundo.
Y luego está la reacción antiprogreso, si es que a ese sistema económico arrollador se le puede calificar como progreso (independientemente de que algunos logros científico-tecnológicos lo sean, antes de convertirse en materia de mercado, con único interés de beneficiar a los accionistas y gestores de las compañías: ejemplo, la vacuna antimalaria de Patarroyo, comprada por una multinacional farmacéutica, desapareció), de sectores irritados de la población que ante tal decepción, vuelven sus ojos al pasado o a sus mitos, en busca de alternativas propias para impedir la destrucción absoluta y la disolución postmoderna (relativismo cultural) de sus señas de identidad como sociedades agrarias modestas y de costumbres familiares muy tradicionales.
De ahí el resurgir de los fundamentalismos religiosos cristianos (los primeros en surgir, en los EEUU de principios del SXX que era la sociedad más dinámica), los judíos (hasídicos ortodoxos, que dominan políticamente Israel y al lobby projudío en Norteamérica), los islámicos (primero en Egipto, con los Hermanos Musulmanes como reacción al naserismo, cuando la modernidad entraba a saco y chocaba con la miseria de los que no gozaban del favor colonial o estaban junto al gobierno y preferían sus arcaicas tradiciones). Y, luego, los otros fundamentalismos que van del hinduismo y sihjismo, al budismo y los chamanismos, reinterpretados ahora en clave postmoderna Nueva Era, que gozan de gran predicación y aparentan modernidad, pero reaccionan con fanatismo, incluso en la defensa de causas aparentemente justas, como los animales y la lucha antinucleares.
También forman parte de ello la proliferación y auge de los nacionalismos dentro de estados nacionales consolidados, creados a partir de las ideas occidentales, unos más virulentos y otros más negociadores, pero todos con valores tradicionalistas antiglobalización y atados a la etnidad y las lenguas vernáculas, como en España, Francia, Bélgica, la exYugoslavia fracturada, las exRepúblicas soviéticas, Canadá y el Reino Unido, etc. Y las subsecuentes reacciones centralistas de los nacionalismos estatalistas en cada lugar que, en ocasiones, son también muy enérgicas. A eso responden las posiciones españolistas anticatalanas y antivascas que denigran cualquier posibilidad de llegar a acuerdos con los nacionalistas que supongan merma en su control del territorio por el que los otros litigan, como Ibarretxe y Carod.
También se nota en casi todas las reacciones antimodernas (de un lado u otro) un sentimiento machista violento muy fuerte, un deseo de conservar el estatus tradicional de la familia, pues el valor desestabilizador más distintivo de la modernidad es la ruptura de papeles tradicionales y la emancipación de la mujer, su salida del control hogareño paternalista y la puesta en cuestión del sistema de patriarcado agrarista que aún perdura en la mente de todos los conservadores de cualquier sociedad y en la muchos de quienes se consideran progresistas, al ser inculcado en la tierna infancia.
De hecho, los asesinatos de mujeres y la violencia de género son la respuesta individualizada de unos fundamentalismos sociales sin organizar, que adquieren coherencia en religiones o nacionalismos tradicionalistas. Siempre se trata de reacciones violentas de sujetos o entes socio-culturales (incluyendo religiosos y políticos) que se ven "entre la espada y la pared" de sus ideas y la realidad y no soportan más esa horrible sensación de opresión y vergüenza, por lo que actúan con sentimientos extremados de autoinmolación de sí mismos y cargándose siempre que pueden antes a los causantes de su dolor, son en cierta forma parecidos a los anarcosindicalistas que mataban patronos a principios del siglo XX, sin estar organizados y estructurados, o como (aunque eso es un fenómeno algo distinto por sus características particulares) los estudiantes norteamericanos que tras ser suspendidos o expulsados de su escuela, entran armados y buscan la masacre de los que consideran culpables.
Y, es que el terrorismo fundamentalista tiene niveles distintos, pero parte de una reacción emocional de impotencia ante el dolor de la pérdida (esposa/novia, valores religiosos, esperanzas de futuro, nación o etnidad) que se expresa haciendo el máximo daño posible a la sociedad o a los individuos acusados como culpables. Y no permite negociar si se basa en absolutos, en términos míticos idealizados como el honor, la patria, el respeto a su Dios, su raza, su terruño, su familia, etc. Por lo que la búsqueda de soluciones es muy complicada.
Desde luego tampoco parecen favorables a acabar con esos problemas el uso de la violencia, las guerras, o intención de aplastamiento policial, porque producen metralla y semillas de nuevas adhesiones de sujetos siempre débiles en su carácter emocional y vulnerables a sumarse a la lucha contra el opresor, cualesquiera que sea éste.
El camino está en la reeducación emocional, la destrucción racional de los mitos y, en definitiva, el paso hacia delante del pensamiento humanista, en el sentido de enseñar a reflexionar desde niños acerca de lo que somos y nuestras inevitables diferencias para empatizar y tolerar, pero sobre todo para llegar algún día a tener un mundo donde unos no vivan a costa de otros, aprovechándose de ventajas previas como el lugar y la familia donde naces o la inteligencia que tengas.
Pero, mientras tanto, hay que buscar siempre vías de diálogo incluso con quienes tienen las armas en la mano, dado que estos ven a la sociedad dominante como armada contra ellos y es difícil que cedan unilateralmente a la imposición de los otros. No basta decir que se quiere la paz, hay que hacerla vivir. Y eso vale para toda clase de fanáticos. Hay que ser capaces de meterse en la mentalidad del marido celoso que mata a su mujer porque esta decidió irse de casa, al integrista que no soporta la contaminación de sus costumbres y su piedad religiosa por la modernidad televisiva que se extiende por sus ciudades, al nacionalista (vasco o español, me da igual) que piensa que su patria se rompe por culpa del otro, al animalista que en vista de que hay criaderos de visones decide soltarlos, al chaval desintegrado de quien se ríen los compañeros que un día coge un arma y entra a sangre y fuego, y a todos los demás, que ven tan negro su futuro que se lían la manta a la cabeza y salen a la calle a matar y/o morir porque no soportan ya la vida tan cambiada de como se les enseñó de niños que prefieren destruirla.
Las reflexiones y dudas de un fotógrafo metronauta que ya no cree en casi nada y espera poco de quienes dirigen el mundo, el país e incluso la ciudad. Por si alguien las quiere compartir y discutir.
lunes, octubre 22, 2007
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- EL METRONAUTA
- Madrid, Madrid, Spain
- Soy fotógrafo de prensa en MADRID y además me gusta escribir. Tengo ya 60 años. Y opino que si no hubiera ni religiones con dioses ni ideologías totalitarias el mundo iría mucho mejor. No creo en la propiedad porque entré sin nada y así me iré de este mundo. Pero sonrío siempre que puedo a la gente (lo que produce efectos de todo tipo: unos se mosquean y otros me la devuelven). El cambio revolucionario lo están produciendo las mujeres al incorporarse a los usos del poder, así que espero que la sociedad vaya mejorando sin violencia y que el mundo detenga la locura de las guerras y los fanatismos para que algún día nuestros nietos vivan mejor. Mi otro Blog ¿POR QUÉ? es aún más descarado.
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