COM'UN A CUBA" (Relato etílico de una noche sinfín) "
(Dedicado
a mi hijo Hugo)
"¿La vida es un caos concéntrico? No se, yo
solamente se que mi vida era un caos nocturno con un solo centro...y en el
centro del centro un vaso con ron y agua o ron y hielo o ron y soda y allí
estaba desde las doce..." (TTT,272.GCI) ... y en ello estaba precisamente
pensando cuando me levanté dando tumbos para tumbar una nueva botella de Havana
sobre la mesa casquivana. Cabaret burocrático para turistas apáticos, las
chicas del Tropicana, en un show especial en la noche de Varadero, me iban
dejando sin ganas de otra cosa que meterme pa’l coleto un trago más del son
ronroneante.
"Salí de casa una noche aventurera, buscando
ambiente de placer y de alegría, ¡aaay mi dios, cuaanto gocé!, en un sopor la
noooche pasé, paseaba alegre nuestros lares luminosos iiy llegueeé al baacanal,
en Catalina me encontré lo no pensado, la voz de aquel que pregonaba asiií: Eechalé
salsita, eechalé salsita, ..." (canción)
En las mesas de agasajo, periodistas y agentes de
viaje dispuestos a divertirse gratis loando a su convidador en los papeles del
otro lado del mar y organizada por el Ministerio del Ramo de la Noche, se
mueven los manteles y los vasos cada vez que trato de poner en orden mi cabeza.
Creo que he tomado demasiado algo, mis parteneres abstemios me miran y
recriminan silentes pero dolientes, pero no me ayudan a deshacernos de las
botellas que van llegando una tras otra para cubrir el expediente X de una
noche de juerga arreglada entre chaqués y pañuelos de seda. Y yo solo no doy
abasto y me caigo en el pasto al quererme levantar. Dificultades, pienso, tengo
graves dificultades para controlar mis facultades y no se si seré capaz de
llegar sin preguntar a un capataz por el lugar del solaz, ese jardín donde
podré hacer un pis por fin. Sé que digo tonterías, o al menos las pienso y me
gustaría decirlas si no fuera por que mi lengua es un trapo y mi estómago de
flato me impide eruptar coherencias. Tal vez me ayude un muñeco y hacerme el
ventrículo un revés para evitar las palpitaciones, o tal vez me agarre a ese
negro que está plantado en el centro antes de que mi vientre o mi otra parte
inconsciente den con el palpitante suelo de un trastazo. Pero tengo que llegar
al water y cerrar la puerta del autogiro mientras abro el agua del grifo y dejo
salir un buen chorro propulsado por mí ahora inútil cohete. Las luces se apagan
y se encienden al ritmo de una bruca maniguá que no comprendo pero me sale de
dentro. Me cruzo con una mulata increíble y haciéndome el simpático la agarro
por la cintura y me doy un par de vueltas volando, le quiero echar un poco de
salsita pero me sale sosita y me lanza en un quiebro y voy a dar con un negro que
me mira como si me fuera arrancar el cerebro. ¡Dios mío, le digo, perdone usté
mi atrevimiento pero no sé lo que siento, el ron se me ha metido tan dentro que
parece moverme el viento!. " Cuidaíto, compay gayo, cuidadito... que esa
gracia, compay gayo, no me acaba de gustar" (canción). Me ríe la gracia
con advertencia y me pone en manos de una pared que está en la dirección
apropiada al desagüe de mi manguera. Consigo abrir el sifón en un agujero
florido y al terminar de hacerlo, alguien me da las gracias por haberle regado
las plantas: resultó ser un adorno del centro de la tierra; afortunadamente un
juego muerto, es decir un arreglo floral con tallados restos de lo que una vez
fue frondoso y vital. El trabajo de subir el zip es tan grande como zapear en
esta isla con el mando de un televisionador omnipresente: enredado con los
bordes de la guayabera oficial, las barbas se me meten por todas partes y sólo
consigo esconder el pajarito, que aún no se atreve a cantar. Desisto de
insistir en la aventura y le pido a una guapa periodista canadiense (o alemana
o inglesa, no sé pero es rubia y alta y tiene cara de guiri) presente en el
acto que me suba por favor la bragueta, pero ella entiende que pretendo otro
tipo de aventura ¡qué impostura! y me mira con desprecio ante mi falta de tacto
negándose en el acto. Pongo cara de consolación y abro las manos mirando hacia
arriba como indicando que comprendo su actitud, pero solo consigo un insulto
bajo que invierte el sentido de lo por ella interpretado, mandándome directamente
a tomar un off muy claro y posadero. Por fin sube la cremallera y puedo
deshacer lo andado. "La gente se vuelve loca oyendo sonar un tambor, pero
en mi barrio yo tengo mi gran amor." (canción)
El camino de vuelta a la mesa de mis compadres
aburridas es un tormento laberíntico que sólo consigo resolver con mucho
ahínco. Para cuando llego, no queda nadie apostado en los asientos, pues todos
se dedican a apostar por hacer buenas relaciones verbales con los colegas de
los alrededores; y yo, con el verbo aterido por el caldo suave y transparente,
observo que la botella ha vuelto a llenarse en mi ausencia; me digo "noble
presencia" y le hago una ilustrada reverencia para engañar al tonto que
hay dentro y poderla coger del cuello; así que la agarro con nostalgia y beso
en la boca su sustancia, dejándome arrastrar por la pasión etílica, sin prisa
pero sin pausa cíclica. Un rato después y en vista de que no veo a nadie, sin
estar aún ciego del once, decido salirme por la tangente y me escabullo sin
bulla de la absurda fiesta burocrática. En mi cabeza retumban las tumbas y una
trompeta le canta a Marieta que dice con disimulo que pagará con tiempo y sin
mucho apuro; "a mi me gusta que baile Marieta, todo el mundo conoce a esta
prieta... ay dios... la yuca de Casimiro..." (canción); y yo que no miro
donde voy, me cruzo a desconocidos pero saludo educado no vaya a ser que algún
día me tengan que abrir la puerta del cielo, tan muertos como están, tan santos
como son, vestidos con sus blancas guayaberas oficiales y esos bigotes finos
que indican mucho mandar y mucho más obedecer para tener lo que hay que tener
en la mesa y el cuartel. ¡Viva el Cuba libre!, grito al salir y algunos me
matan con la mirada y otros se ríen por el artículo y me enseñan un vaso sin
querer entender el fiasco. Vaga torpeza, salir de la pieza...
Una vez fuera me encuentro rodeado de chicos y
chicas que quieren entrar para tomar algo gratis y como creo que voy sobrado de
algo les regalo la mediada botella del chupe y otra más que sobresale del
bolsillo lateral de mis sudores. Lo celebran y me invitan a su vez, pero como
se me trastocan las chamullas y una palabra parece un chiste y una frase un
laberinto, no consigo enhebrar el hilo de la Ariadna de turno y tropiezo con él
a modo de despedida: ruedo por un yerbaplén como un tonel y ellos aplauden mi
gracia, yo me siento filósofo del culo viendo a las estrellas convertirse en
cometas, y a mis codos y espalda botar sin dar ejemplo de lista única sino más
bien de contusiones varias. Al llegar al fondo me siento un poco cansado y opto
por no alterar el curso de la naturaleza durante unos minutos poblados de
giróscopos fantasmas.
" Tal coomo me está pasando, digo la verdad
desnuda, me enamoré de una viuda y el muerto me está velando, de noche se pasa
dando con las manos en el seto, donde quiera que me meto, yo siento detrás de
miii una voz que dice así: lo ajeno se deja quieto... ¿De qué me vale acostarme
si no me deja dormiir...? donde me acuesto se acuesta y da cuanto paso doy y
donde quiera que voy ese muerto me molesta, muchas veces se recuesta de lado
sobre concreto y ha jurado por completo a botarme de esa casa y noche y día se
pasa 'lo ajeno se deja quieto, se deja ... se deja quieto, se deja... ".
(canción)
Sombras oscuras que me levantan al creerme
accidentado y me sientan junto a un estanque donde lavan mi nuca y mi frente
como si yo estuviera ausente. Los veo pero no quiero mirar y dejo hablar mi
vientre sin convencerlos de que soy ventrílocuo porque he perdido las muñecas
en la ruleta de mantel verde y mi camisa es un poema abstracto: mi aspecto debe
ser lamentable pero no lamento nada.
"Si te caes una vez, ten cuidado al caminar, no
vayas a tropezar y te vuelvas a caer, que sí... aeiooouu... upha... vente...
así..." (canción)
Cuando respondo con la voz engolada de un misterio
descubierto, me suponen vivo y me dejan morir en paz; se van, comentando los
males del alcohol, creo, mientras yo siento no tenerlo aquí para darme un poco
de aliento. Luego, consigo ponerme en pie y me adentro en una selva tropical de
corto alcance que resulta ser el seto de un hotel. ¡Varadero es mío!, me digo
y, al escuchar música en el interior, me lanzo de cabeza a rompérmela contra
alguna barra de bebidas abierta y en la que nadie me reconozca y se empeñe en
llevarme a mi hotel o recrimine mi excesiva actitud dando la nota, como antes
me pareció escuchar en la otra fiesta. Y eso que no traté de cantar, porque eso
si que hubiera sido un cante...jondo.
Cruzo la pista de baile que es un infierno de luces
hiréndome en las pupilas marcianas, colores de hielo atraviesan mi fuego y
derriten los instantes, traduciendo las notas claves en sincopados pasos de
baile, que al vibrar como supercuerdas mágicas se convierten en ritmo en las
venas: mi cuerpo baila sin mí; la cabeza no es necesaria para hacerlo, así que se funde en el
son hirviente y desaparece el pensamiento, sólo queda una máquina rumbosa que
se mece en olas musicales. Los pies han alcanzado su clímax y recorren un
camino impensable momentos antes; lo que fue torpeza es ahora ritmo, el trasteo
se convirtió tarareo y hace flotar los codos en simple aleteo de cilíndricos
husos para las muñecas recuperadas. Ya no se necesita el auxilio de palabras y
el vientre duerme tranquilo a pesar del ciclónico paseo de las caderas. El
infierno verde parece un paraíso rojo en que los angelitos negros vigilan a los
demonios blancos que se arriman taimados a sus chicas con gesto concupiscente y
morado. Mi cuerpo, sin embargo, no se dirige a parte alguna en su eterna
rotación, aunque tropieza a veces con tallas oscuras de acaramelado humor y
rebota como en un pimball de nácar, absorbiendo la húmeda presencia de un
millón de aromas trascendentes mezclados en un frasco de inútiles trayectorias
independientes. El roce de un tope mullido contra el mío provoca sensaciones
chispeantes; cuando giro encuentro un sublime cuerpo de chocolate líquido
enfundado en un estrecho tubo floreado, tan corto de talla arriba como abajo y
por el que escapan desnudos unos miembros parecidos a electrones locos girando
alrededor del núcleo duro de un átomo convertido en escultura barroca. Lleva el
pelo planchado y rojizo tornasoleándose en violetas y dorados al hacerse
transparente por los quiebros del danzón. De su serio rostro en trance místico
con la música asoman unos dientes de anuncio y entre y sobre ellos la pulpa
roja de una especie de sexo depilado e inmenso: boca de perdición, agujero rojo
de la pista, traga instantáneamente mi alma y me otorga el placer de una
sonrisa: estoy perdido, definitivamente me encuentro en manos de un destino
indescifrable y soy feliz al saberme al fin entregado a la noche de por muerte:
hoy puedo vivir sin pensar. He llegado a mi destino.
Alguien me dijo ayer: "estarás conmigo en el
cielo" y yo no me lo quise creer, pero fue un acierto no haber esperado a
que estuviera muerto. Esa mulata me mata, como un Madrid en bachata, pero no
saldrá barata si quiero sacarle la bata. ¡Oh, Dios mío, cuanto alucino!. Leo en
su boca otras palabras que otro dijo antes por mi: "ella saluda elegante y
bella y toda de azul celeste de arriba abajo y vuelve a saludar y muestra los
grandes medios senos redondos que son como las tapas de unas ollas maravillosas
que cocinan el único alimento que hace a los hombres dioses, la ambrosía del
sexo, y me alegro que esté saludando, sonriendo, moviendo su cuerpo increíble y
echando atrás su hermosa cabeza y que no esté cantando porque es mejor, mucho
mejor ver a Cuba que oírla y es mejor mucho mejor porque quien la ve la ama,
pero quien la oye y la escucha y la conoce ya no puede amarla, nunca."
(TTT, GCI) Yo, sólo sé que no sé nada, así que me lanzo a decirla "te amo,
mi negra", y ella se ríe y me aparta de un empujón, pero su cuerpo
distante me pone en trance y ya no hay quien detenga mi lance. Soy satélite de
su planeta y orbito como un maldito a su derredor. Ella ríe y sigue su
tembladera y, cuando por fin me toma del talle y aprieta su blanda apostura a
toda mi galanura, la profecía se cumple: ha empezado a sonar un aire montuno y
ella parece querer fundirse conmigo en uno. Ahora sé lo que es ser pétalo de
rosa y ser acariciado por abejas y mariposas; me lleva la araña al centro de su
artimaña y las caderas son magia de hormonas que asciende vibrante por cada
paso al son del guaracho, la música de su perfume natural invade mis
tentaciones, y en un quebrar de cintura yo aprieto mi saxo al sexo con el ritmo
jamaiquino y siento un calor inmenso que me sube a la garganta y me atraganta.
Empiezo a cantarle al oído sin poder decir ni pío, no mas que sorber la
fragancia que toman de su cintura mis napias, avispada y de tul en el borde
azul de aquel vestido florido, donde van creciendo perlas de dentro de la
tostadera rozagante de sus senos hermosos, gotas de lluvia salada que se hacen
ríos sabrosos y brumas que empapan mis deseos ardorosos y salpican de tentación
azul el borde de mi resistencia. Apretado en un quebradero adelgazante de
boleros me desahago del silencio otra vez y le hago la pregunta incontinente y
absurda: "mi diosa nocturna, concédeme un deseo nada más y en esta noche
sin igual, revélame el secreto maravilloso de tu plan, ¿de donde has salido y a
donde me vas a llevar? ¿cuál es el nombre misterioso con que has de colmar este
instante de gozo, tu código de acceso, la palabra que es llave del paraíso de
tu voluntad?".
Ella sonríe y contesta "si quieres que te
conteste, invítame a una copa cuando termine esta canción". Y yo,
embaucado por su boca, me hundo en su aroma ancestral, cerrando los ojos antes
de aceptar volverme otra vez mortal. Suena una guarachá Celeste y yo, que estoy
en el cielo, le canto sin cuento la letra bermeja: "Ponme la mano Caridá, que yo me
muero de un doló. ... Ponme la mano Caridá... Yo conozco en Jovellanos a la vieja Caridá, que
cura a la Humanidá, con sólo poner la mano. ... Dejaté de tanto plante y dimé
lo que has comido, que se nota que el vestido te quedá corto de alante. ... Te
comiste aquel boniato por complacer a tu tía y ahora pasas todo el rato tomando
bicarbonato. Ponme la
mano Caridad, que yo me muero de un dolor". -La imploro
de nuevo, poniendo ojos de cebo y voz de bolero. "Por caridá -repito- dime
cuál es el nombre, mi amor... mi negra... mi canto bonito... mi cielo
hermoso..." (canción)
Se mueve guapeando su ritmo sabroso y se ríe
sincopada para pedirme una copa mientras yo siento muy dentro: "te quiero
a ti na' mas, a ti na' mas te quiero pa'gosar, a ti na' mas, oye mami, te
quiero pa' guapanchar,..." (canción). Pero no digo nada y me muevo a su
alrededor.
Y ella responde "¿cómo supiste que me llamo
así... Caridad?"
Y en ese punto comprendo que Changó me ha tendido
una trampa y me entrego a su magia y la digo "vayamos... a tomar algo, mi
bien", y ella me conduce al abrevadero que será quizá mi matadero, y yo
miro su contoneo al ponerme a su tras, porque ella no deja de vibrar como
cuerda de chelo en el rumbeo directo al puente de la barra, y tengo que seguir
su estela veloz atrapado en la aspiración.
-Cari -me dice ahora, así es como me llaman, y pide
una cocacola y yo suplico "Havana añejo sin hielo" al barman y me
subo en un taburete para estar a la altura de observar las circunstancias
complejas de mi fortuna en toda su hermosura. Bebemos y hablamos, volvemos a ir
a la pista y bailamos y ella me canta al oído y yo le cuento mentiras sin
tiento pero con mucho sentimiento, porque no se trata de llegar lejos sino de
saber llegar. Pero, cómo canta la guaracha de Efraín Ríos: "con un
traguito estoy bien, me veo en la barra sentado, orgulloso y realizado, miro al
mundo con desdén, luego cambio y pienso en quien va a trago a trago sirviendo y
de reojo voy viendo que se acerca una chiquita y como soy el que invita, yo
invito y sigo bebiendo; ... con dos me pongo sabroso y la lengua se me desata,
esa mujer me arrebata y empiezo a hacerme el chistoso, a mí me gusta el retozo,
y la mano voy corriendo y como ella se está riendo no se opone a lo que hago,
le mando a poner un trago, yo pago y sigo bebiendo; ... con tres ya estoy pegajoso y entre mis brazos
la atrapo, pero a mi lado hay un sapo que me interrumpe envidioso; yo lo miro
receloso, mas con calma, manteniendo mi postura, lo comprendo porque en el
fondo el es noble, le mando a poner un doble y continuamos bebiendo; ... al cuarto ya no sé que hacer, la lengua se me
ha trabado y en un infierno ha parado lo que iba a ser un placer, yo no pude
comprender el final que estoy viviendo, que cómo me estoy cayendo el tipo se va
con ella, se llevaron mi botella y los dos siguen bebiendo". ... Comprendo al instante que es el viejo truco
de la barra "americana" pues veo un rato después a mi negra arrimarse
a otro pasmaó que empieza como yo a boquear como un pescao, en cuanto ella le
invita a moverse a menos de diez centímetros de su espléndida naturaleza. Y yo
en la barra bien agarrao a mi trompa, "aguardiente pa' alla, pa' alla...
borrachito... mira que mi negra me va a matar... Ahora si que no bebo
mas..." (canción). El "sapo" es un ‘cachas’ que vigila a tres o
cuatro chicas a la vez y se va quedando con el alma de los primos a fuerza de
comisiones alcohólicas y de empujones a sus libidos entregadas al perfume
umbroso de Caridad y sus hermanas, si es que se llama así la mulata. Me río de mi
pueril inocencia y cuando el negro me mira en un "por si acaso",
levanto mi copa de nuevo y me reconozco engañado pero nunca ofendido, y sólo
lamento, eso sí pa’ mis adentros, que el chulo león se lleve lo magro y a la
chica le queden los huesos roídos de los gacelas. Después de eso, recompongo en
lo posible mi cuerpo y me marcho haciendo eses con intención de escapar a este
infierno azul que es ahora la pista de baile. Por hoy, he decidido dejar la bebida. Pero una
nueva chica se me acerca sinuosa como una helada serpiente-noche joyceana y yo
me entrego un momento para escuchar su acento.
Eso sí, voy sonriente al cobijo de su abrazo para echarme un bailecito
restregao inesperado, en que hundo con ardor y su sorpresa, mi lengua en la
húmeda y sabrosa grieta de sus labios, encargando en indicación postrera, que
debe dárselo a "Cari" sin falta y de mi parte a la escondida por
supuesto, no vaya a ser que el sapo feroz me crea un mosquito y me aplaste de
un manotazo. Ella comprende lo ocurrido y se ríe también prometiendo un
"no temas que se lo diré; es que nuestros "guardianes" no nos
dejan intimar con extranjeros, sólo estamos aquí para animar y tomar copas, es
un trabajo como otro cualquiera, ¿sabes?... Te voy a acompañar a tomar un taxi,
porque estás un poco mareado ¿no?". Y yo le contesto que si que soy el
mismo mar atormentado, aunque no hace falta porque llevo brújula para estos
casos. Pero la chica, dejando un gesto en el aire dedicado a nosequién, que yo
no debería haber captado, se empeña en ir hasta la salida y allí levanta un
brazo para atraer a otro alguien que pretende conducirme hasta su coche. Esta
vez si que me niego y me disculpo con firmeza. Prefiero sentarme un rato a
tomarme un aire lleno de luceros en la noche cubana, y a ver si así despejo mi
próximo futuro. Me miro al espejo lleno de curvas de un charco y percibo la
enorme velocidad que ha tomado mi mente, o aquello que ahora ocupa su lugar alcoholizado,
en cuyos bordes giran torbellinos formando precipicios que arrastran mis luces
vertiginosamente, apagando todo sueño de realidad a mi alrededor: de un arriate
florido sale un tigre muy triste mirándome vicioso, seguro que tratará de
comerme, me digo, y me acuerdo de Lola de España y le rujo con saña bramando
"pues bien, cómeme capullo... si te atreves... a ver si ese es el
auténtico camino", y le ofrezco el cuello, pero el tigre pronto se
transforma en gato asustado que huye al momento ante mi agresividad. Me lavo el
rostro en el charco y me levanto y ando, en dirección a mi próxima
resurrección. Camino durante un rato tratando de recordar el nombre de mi
hotel, sueño imposible a estas alturas, y un camionero detiene su máquina y
abre la puerta invitando a mi otro yo a subir a la cabina, lo que le cuesta un
esfuerzo supremo al cuerpo mortal que hace una escalada por las ruedas y
temblores de motores. Como no soy capaz de indicarle un destino y me voy
quedando dormido, me lleva al lugar de la fiesta por si aún hay alguien allí
que me conozca, aunque es seguro -le digo- que siendo factible el evento
ninguno aceptará mi cuento y se harán pasar por locos de desatar. Yo, por mi
parte, ni lo intento, traído de nuevo al origen de mi peregrinar etílico, miro
a lo lejos y me siento como un dios tras crear el mundo y darse cuenta de la
clase de gente que ha puesto en él: prefiero olvidar y entregarme a los brazos
de la noche eterna desnuda y gozar del sopor inmenso y concupiscente de lo
inesperado. Agarrado a una palmera esquiva, vomito los pensamientos y un
líquido amargo como un desengaño amoroso. Y me pregunto ¿qué coño hago aquí? en
todos los idiomas que se; lo cual es un corto entretenimiento que me enreda en
la madeja de la inoperancia iterativa. Una chica delgadita y cubana se acerca a
mis lares desguazados, y yo con estos pelos y la ropa como la cama de un loco.
Me pregunta que si me encuentro mal con esa música al hablar que conmociona
siempre mis entrañas, y le respondo que no pero que me gustaría estar mejor al
conocerla; y ella se ríe y me ofrece su ayuda franca. Es una ayuda perfumada y
con falda estrecha, lo que noto al agacharse para recogerme y verla ceñirse a
sus muslos tostados; pone su brazo por detrás de mi cuerpo y me alza con
prestancia. También lleva una blusa amarilla abotonada que se abre en el escote
y me muestra sin querer un pequeño sujetador blanco conteniendo dos breves
pirámides temblorosas. Su rostro es tierno y ovalado, con achinados ojos de
esmalte negro y unos labios de pespunteado rojo sangre sobre la piel morena
sonriente. Es leve su talle en la cintura que abarco para apoyarme, y sin
embargo noto una fuerza tensa que me alza con firmeza y me ayuda a andar,
meciendo al tiempo su fina estructura sobre unos negros zapatos de tacón
estrecho; no me atrevo a echarle más de 18 años a un cuerpo tan bonito de
mulata y diría incluso menos de su sincera y sonriente faz, "es una
guayabita tierna", pienso, "lástima que a estas horas de la noche ya
no esté yo para otra cosa que suspiros y no pueda proponerle amor, porque es un
bomboncito lleno de ternura". Le pregunto su nombre y me responde
"Caridad" y entonces sé que es un ángel del cielo, ya que no creo en
casualidades. Me sienta en un poyete con cuidado, y se va a buscar un taxi sin
que yo pueda ejercer resistencia alguna ante los designios providenciales.
Regresa y me ayuda a subir, mete su mano en mi bolsillo y yo confundo el asunto
pero me dejo diciéndome "puedes quedarte con lo que quieras, porque seguro
que lo necesitas más que yo", pero estoy errado en verdad, porque ella
saca una tarjeta y como pone un nombre de hotel se lo indica al conductor.
Me duermo en sus brazos, respirando aromas celestes
de su cuerpo y un tacto sublime para sostener mi cabeza con la mano en su
hombro. Escucho un bolero y no sé si es en el radio del auto o directamente en
vena: "Qué bien me siento contigo, cuando me dices al oído cosas que me
vienen bien; me cuentas penas pasadas que yo quisiera borrar, yo te cuento mis
tristezas, tu me sabes consolar. Pero qué bien me siento contigo, a ti te pasa
también; quizás buscamos olvido por sufrimientos de ayer, afinidad de dos
almas, afinidad de dos seres, qué bien me siento contigo y hasta presiento que
ya me quieres. Qué bien me siento contigo..." (canción)
De pronto, me despiertan. La chiquilla está ya fuera
del coche y el taxista me insta a salir casi a tirones. Pero no es el hotel sino un puesto
policial, una garita inconcebible a las puertas del cielo. Dos policías blancos
exigen que me identifique y me introducen en volandas al cubículo. Allí está
ella, sentada con el miedo en las rodillas donde junta sus manitas y la
vergonzosa pesadumbre kafkiana pintándole las mejillas y los hombros; tiene un
carné con foto entre sus manos. Los uniformados me preguntan a mí si la conozco
bien, y yo digo que sí desesperado, que se llama Caridad y me lleva a acostar a
mi hotel porque estoy tan borracho como una cuba y le he sido entregado por
amigos; toda una verborrea inútil para dos ceporros de guardia con prejuicio,
que me sale del alma en explicaciones vanas, ante lo que empiezo a entender
como un abuso infame y cruel de autoridad. Ella tiene anclada al suelo su
mirada y busca asustada amparo en mis palabras sin tratar de hablar a los
secuaces; pero los valientes defensores de la moral socialista ya saben mucho
de esto y me explican que los cubanos no están autorizados a pasar con los
turistas si no son empleados del lugar, pues podrían robarles o, en el caso de
las mujeres ejercer actividades licenciosas. Yo me muestro asombrado e
indignado, y empiezo a lamentar mi borrachera al no ser capaz de lanzar mi
verbo con fuerza suficiente para romper sus execrables justificaciones.
"Yo -les digo- soy adulto desde hace rato y sé lo que me hago; no necesito
guardianes. Además en este momento no puedo imaginarme haciendo lo que ustedes
parecen pensar. Es ridículo. Es que no ven que estoy tan doblado que no podría
empinar ni el mero pensamiento. Ella es amiga mía, -les digo- y pretende sólo
ayudarme, quieren dejarla en paz. ¿porqué tienen su carné si no ha hecho nada?
¿qué se creen ustedes?. Además -añado, para destrozar sus machistas esquemas-
Soy marica y ella lo sabe; no tienen nada que temer ¿vale?". Pero ellos
dicen: -si, si... -y se ríen de mi audacia que en la isla de los machotes es aún peor que ser gusano-, ¿y si le falta
algo cuando despierte por la mañana?... No se preocupe que enseguida la
dejaremos marchar. Estamos acostumbrados a esto. Usted suba a su taxi y prosiga
su camino que a ella no le va a pasar nada."-
Los muy imbéciles se siguen creyendo con razón
porque desconocen el carácter celestial de la muchacha y Oyum no sé donde se ha
metido que no les lanza al punto su brutal castigo: "¡Que se fuñan!".
Así que, sin posible resistencia por mi parte, me llevan fuera y me introducen
de nuevo en el negro catafalco, cierran la puerta a mis espaldas y el golpe me
estalla en la cara inundándome de rabia. La veo, por última vez, como una pobre
niñita castigada, sentada en un banco con la mirada gacha y mojada ante
aquellos policías que van apuntando sus datos y preguntando cosas que ya no
oigo. Pago en dólares lo que me pide el conductor y me dirijo al vestíbulo del
hotel con un incendio desatado en las entrañas; pero en última instancia decido
no subir y cruzo raudo el camino hasta la playa desierta entre las palmas y los
tenderetes y en mi corta memoria un recuerdo fugaz: "vía libre que viene
la original, ceda el paso que no se puede parar, el que lleva prisa por el
centro o por la orilla modere velocidad que está la luz amarilla, ... por
cumplir el reglamento la conciencia no se enoja, pare su carro chofér que está
puesta la luz roja... via libre que viene la original, ceda el paso que no se
puede parar... linda mujer antillana no me vayas a olvidar..." (canción),
me desnudo y me dejo caer en la arena fresca y seca, donde tendido de espaldas
clavo mi nuca en el suelo y miro al revés el mundo, soñando un mar rosado
desbordarse desde el cielo y una plataforma de metal oscuro y ondulante, a cuyo
fondo veo asomar con un toque violáceo de luz al horizonte, que está cansado ya
de esperar a que amanezca otro espectáculo distinto en este trópico, para que
la dulce gente cubana despierte sin resaca de este penar tortuoso que entre
Miami y La Habana les está condenando a buscar cada día una esperanza para el
estómago en los lugares de su imaginación y en los bordes de la dignidad. Después,
poco a poco me duermo entre la brisa templada y un rumor de borbotones
acunándome en líquida sonata cantada desde el mar: "Noo la llores,
enterrador no la llores... luego en lugar de rezaar por su descanso un
requieén, ruega que vaaya al infierno y que el diablo le haga bieen, y en el
mármol de su tumba de eterna recordación, pondremos esta inscripción que es la
copia de una ruummmba... no la llores más, ni la sientas más, que fue la gran
bandolera, enterrador no la llores... que en el infierno está, no la llores
mas, su lengua la mató a esa conversadora, enterrador no la llores... no la
lloores mas..." (canción).
"Oye chico, ... que se fuñan, viejo... ¡que se
fuñan!" (canción).
//GCI es
Guillermo Cabrera Infante y TTT su libro Tres Tristes Tigres///
Juan Luis Jaén Urueña. (Abril-96).
e-mail:jaenjuanluis@gmail.com
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