jueves, abril 03, 2008

Empiezo a publicar en este BLOG uno de los ensayos que escribí a finales del siglo pasado y que las editoriales rechazaron. Son 69 Reflexiones acerca de los cambios operados en nuestra sociedad que marcan una nueva era (no de Acuario, por favor, sino histórico-científica) en la que se ponen a prueba las cosas que pensábamos con la nueva realidad del mundo globalizándose y mezclándose, con lo que tenemos en común unos con otros y lo que nos diferencia que es sobre todo nuestra cultura.

69 R.A.P. (Reflexiones Aforísticas Postmortem) de JAÍN DE UR.

"¿Por qué di en agregar a la infinita

serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana

madeja que en lo eterno se devana,

di otra causa, otro efecto y otra cuita?"

(J.L. Borges: El Golem)

"Un santo, Lactancio, negaba la redondez de la Tierra; otro santo, Agustín, admitía la redondez de la Tierra, pero negaba a existencia de los antípodas. Sagrado es el Santo Oficio de nuestros días que admite la pequeñez de la Tierra, pero le niega el movimiento: empero, más sagrada de todas estas cosas es para mí la verdad, cuando yo, con todo el debido respeto por los doctores de la Iglesia, demuestro, partiendo de la filosofía, que la Tierra es redonda, y habitada por antípodas en toda superficie; que es de una pequeñez insignificante y corre veloz entre los demás astros" (J. Kepler, Astronomía Nova). "Ahora bien, que nadie crea que al asentir con esta mi liberalidad a Galileo, deseo impedir a otros la libertad de discrepar de él. Lo he alabado con sano juicio, y por mas que haya emprendido aquí la defensa de algunas creencias propias, lo he hecho convencido de su verdad e intención seria, si bien prometo rechazarlas solemnemente tan pronto como alguien más sabio que yo me demuestre el error con un procedimiento legítimo" (J. Kepler, Conversación con el mensajero sideral).

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He leído que los límites de nuestro espacio-tiempo están separados por 60 órdenes de magnitud: A una escala de 1028cm. (un 1 con 28 ceros) como radio observable de nuestro universo viene a ser tan plano como en la longitud de Planck, 10-33 (un cero coma 33 ceros antes del 1): las líneas paralelas no se encuentran. También que, cuando vemos como un punto un supercúmulo de galaxias de 100 megapársecs de diámetro -un pársec es una distancia de 3,26 años-luz y un año-luz viene a equivaler a unas 63.000 veces la distancia de la Tierra al Sol, y el centro de la Vía Láctea está a unos 10.000 pársecs-, y un leptón -que es una de las subpartículas que conforman los átomos y que mide una centésima de fermi: el fermi es una medida de longitud equivalente a 10-13cm. o sea una diezmilésima de mil millonésima de cm.- están separados por 41 potencias de 10, y entonces encajan sus estructuras. Es decir, que mirando por un supertelescopio orbital como el Hubble y a través de un detector de partículas subatómicas como el del CERN, en ambos casos un punto es un punto es un punto (aparentemente). Y entonces, teniendo en cuenta que en realidad la Materia es una forma de energía compactada a causa de la curvatura del Espacio-Tiempo y que se produjo en menos de 1 segundo tras el Gran Desparrame, me tengo que preguntar: ¿Y yo, qué soy, desde ambas perspectivas?.

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En realidad, se quien soy y qué parte de mí representa al conjunto. También se que la muerte me sumará físicamente allí; pero no se hasta qué punto mi propia individualidad puede conquistar un hueco en la fosa común y seguir siendo parte de mí. Lo malo es que no lo sabré hasta que sea demasiado tarde, cuando quizá ya ni siquiera sepa que lo se. Tal vez por eso, lo que me da más fuerza para resistir en esta vida cuando me siento deprimido, es pensar, hasta el punto en que se puede ser consciente de algo así, que después de esta vida no me espera otra, ni eterna ni por reencarnación; lo cual me hace sospechar que más vale esto que nada. Claro que me agradaría encontrarme con una sorpresa el día de mi muerte al otro lado del túnel y formar parte de alguna clase de conciencia universal, aunque perdiese el Yo construido en la interacción de mi cuerpo creciendo y lo que iba aprendiendo mi mente, pero seguramente ya no sería Yo, sino alguna clase de sustancia inmaterial en el frondoso espacio de lo incomprensible. Porque del más allá no se regresa. (o, a lo peor, se me ha olvidado y antes estaba en otro cuerpo...)

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Lo cierto es que sigo siendo agnóstico, y profundamente escéptico. Creo sinceramente que los argumentos ontológicos sobre un dios personalizado y exterior son falacias producidas por el miedo a la oscuridad que, y eso es lo grave, sirven para construir burocracias eclesiales que destruyen cualquier idea misma de un ser absoluto. Porque no puede haber existencia fuera de la existencia; y si Dios fuera un ser absoluto y extraño en todas las potencias que se le atribuyen, no necesitaría dar lugar a creación alguna, pues su enorme magnificencia ni precisaría ni dejaría de hacerlo, de ello; y atribuirle el humano sentimiento de querer verse reflejado, adorado, obedecido sumisamente por seres inferiores a él, es un sin sentido tan absurdo como grotesco (¡qué no me vengan con que el hombre no puede entender la magnitud de Dios, porque sí fuera así no se lo habría inventado!): sólo ocurre que se confunde el miedo a la muerte con el deseo de eternidad, y a eso que nos ocurre a todos los humanos, dado el carácter cerrado del concepto pero lo abierto de la facultad de razonar, lo quisimos llamar dioses mientras se nos ocurría otra cosa mejor. Lo jodido es que haya durado tanto y servido para los viles fines de tan pocos. No hay pues mas Dios que lo que existe, que no debemos confundir con lo que perciben nuestros sentidos acostumbrados a seleccionar sólo parte de lo que hay. De tal modo que todos somos Dios y nada lo es. Y si algo queda de cada ser que haya existido, existe o exista alguna vez, su maravillosa síntesis inteligente que hace a la energía convertirse en materia, que hace crecer a un cristal, que permite desarrollar una forma de vida distinta en cada nicho, adaptando lo contingente en interacción para responder de billones de maneras a ningún otro propósito que estar ahí, eso será al final del Todo, que es como decir al principio pues el Tiempo y el Espacio son meras propiedades, lo más aproximado a Dios: ni más ni menos. Pero, eso sí, por vergüenza torera al menos deberíamos tener la dignidad y responsabilidad que otorgamos a los dioses cada uno de nosotros y proteger y amar lo que queda a nuestro alcance. Ese tendría que ser el modo de alabar a cualquier hipotético dios y no con los sectarismos parroquiales de ninguna religión organizada. Es más, yo les diría a todos esos patéticos clérigos que parlotean acerca de lo divino y lo humano, lo que ese filósofo de nuestro siglo, W.: más valdría que callaran porque de ese tema nada saben.

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Primero la madre, después la familia (o sea el padre, que significa el pasado, y los hermanos, que son el mundo), más tarde la escuela (el padre social, que ahora también es la TV), el grupo de amigos y relaciones sociales (los nuevos hermanos) en la adolescencia y la juventud, el/la compañero/a sexual (otra vez la madre perdida-buscada, quizás encontrada) van creando la trama de relaciones que conforman al personaje (en su entorno, de fuera a dentro) que nos habita: capas de cebolla superestructural que tienen que responder ante diferentes acontecimientos de nuestra vida. Y que, a veces, resuelven su papel con pureza; y otras se mezclan y luchan unas contra otras en busca de respuestas. Si uno consigue armonizar los comportamientos es posible que viva en paz, pero lo normal es que se interfieran continuamente unos a otros y nos hagan sufrir.

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Una mujer es un hombre (no un varón) a quien se ha mutilado de manera extra en su infancia para hacerla depender toda la vida de su padre. Para ello hay que hacerla saber desde muy pequeña que no será nada si no acepta su condición y que eso implica la función de madre y la imposibilidad de emanciparse de su nicho social.

Un hombre (no un varón) es un animal que pretende ser dios (eterno) y a quien la casualidad de su bipedismo, y las consecuencias que eso trajo en su mano y en su cabeza, ha permitido liberar su terror de ser presa nombrando a sus enemigos naturales; lo que llevó a poder relacionar el sueño y la vigilia a través del conocimiento, y éste le dio un poder efímero que no se resignaba a perder con la muerte; por eso inventó los mitos y se los hizo tragar a sus descendientes para que le hiciesen vivir por los siglos de los siglos.

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El Amor es una forma de relacionarse con nuestros semejantes que partiendo de la sensación de placer que produce la disipación o entrega de nuestras energías, busca llegar a establecer un vínculo permanente con que perfeccionar nuestra propia humanidad. He dicho con nuestros semejantes, aunque se puede amar la tierra, las cosas, las ideas y fantasías, dotándolas de características humanas, tomándolas como madre, hermanas o hijas(-os), o haciendo de ellas el sueño con el que unirnos para siempre: nuestro enamorado místico que puede ser dios o el arte, o la aventura o la ciencia. AMAR es fluir generosamente de dentro a fuera sin pensar en obtener nada a cambio. Y ODIAR es lo mismo pero con la intención de hacer daño; no es su contrario, sino la otra cara del amor: en lugar de regalar afectos se reparten desafectos, pero sin buscar retorno alguno, generosamente. El amor tiene que ser libre, confiado y tolerante, no puede ejercer presión ni desesperar ni medrar en los defectos porque su altruismo fundacional le da la fuerza para vivir de sí; mientras que el odio es una fuerza de signo contrario que sólo encuentra satisfacción en la aniquilación del objeto del desafecto, al que querría hacer tanto daño como fuera posible, como si se le hubiese invertido el polo de atracción a un campo magnético. Eso es lo que me lleva a calificar a ambos como opuestos de una misma fuerza relacional que por su nivel de consciencia únicamente creo posible entre los seres reflexivos y, como consecuencia de ello, yo califico al AMOR-ODIO como la dimensión puramente humana en la que tendríamos que fijar nuestra atención a la hora de ordenar el equilibrio de la Humanidad. Ambas se han desarrollado a partir del miedo, de la necesidad de protección de la criatura por parte de la madre que lo parió y la angustia que siente cuando ella no está cerca, esa es la cuerda que ata lo animal y lo humano. Ese carácter dual es lo que por otro lado confirma curiosamente la vieja idea cristiana del perdón que se parecería en cierta medida al No-hacer oriental: el odio no se puede combatir con odio, porque su signo es igual e incrementa el potencial de dolor, sólo el amor lo aplaca y produce un estado de polarización positivo el cual, sin embargo, no tenemos necesidad de neutralizar ya que no resulta dañino para la naturaleza. Pero hay que verlo estrictamente como relación de fluencia o sea placentera y libre (¿a alguien le produce placer el estreñimiento?) en contraposición con todo lo que supone retener. Difiero pues radicalmente de la posición que, como en Castilla del Pino -a quien por otro lado admiro y leo desde hace más de 25 años para aprender de su saber -, define el amor y el odio como formas del deseo, diciendo que es tratar de adueñarse del objeto, poseerlo en su totalidad o en parte, eso si de signo opuesto en cada caso. Pienso que se trata de una perversión cultural: una psicopatología surgida del concepto de valor tal y como la sociedad patriarcal de predadores viene imbuyendo a sus crías desde hace miles de años: él mismo lo indica cuando afirma casi continuamente la predominancia del varón en los sentimientos pervertidos por los celos. Yo me he fijado en la confusión de la joven madre primeriza; no me refiero a las humanas -a no ser que pensemos en una que no se sabe embarazada ni porqué, como esas pobres "deficientes psíquicas" que tras sufrir el abuso sexual con su cuerpo, se encuentran un día en su retrete o bidé a una criatura salida de su vientre con dolor y desconcierto, y no saben qué hacer con "eso"-; me refiero a los mamíferos de la sabana, tan retratados en documentales televisivos, que observan a la criatura y la placenta e inmediatamente aman y defienden "eso" que todavía es una parte de sí mismas; a través de sus sentidos perceptivos e intuitivos "comprenden" que deben comer una de las partes y alimentar con sus pechos a la otra, la que se mueve y les huele a su propia carne y sangre, pero empieza a cobrar autonomía de movimientos. La reacción es inmediata y automática y para nada se puede confundir con un "poseer", siendo la más básica forma de amor: la de madre; que en algunas especies se prolonga luego en la alimentación de los cachorros propios e incluso de otros adoptados. Existe pues una mezcla aberrante que se ha de producir en determinado momento cultural para que el amor de madre conduzca al deseo de posesión, a los celos y a la violencia contra sí y el otro en ausencia del afecto natural. Y, primero, no puede ser ella quien lo desencadene; y, segundo, ese momento se produce cuando la imagen del otro sustituye al auténtico otro, cuando el lenguaje cierra las vías de la realización del deseo a través del No, y la alienación del valor sustituye a la realidad: diríamos que el mapa se convierte en el territorio y las curvas de nivel se convierten en terrazas de bancales cortando los senderos de tierra; porque lo simbólico ocupa el lugar de lo físico en la realidad. Quizá C.C. del P., que se esfuerza por hallar la hermeneutica del lenguaje en las patologías humanas, debería dar la vuelta a las cartas sobre la mesa y ver qué figura esconden y cuál es la jugada que componen al juntar los elementos que en cada civilización son discernibles, para descifrar con Lacan el secreto de la esfinge. De otra manera no se sale de Occidente, pues lo que está claro es que entre los pueblos nepalíes que comparten una misma esposa para varios hermanos, o en las tan estudiadas islas Trobriand las relaciones de amor/odio no son iguales a las nuestras.

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El trabajo (la acción, no su acumulación en beneficio que convierte el valor de uso en valor de cambio) es una mezcla de amor y poder, una fusión de nuestras energías con el medio que modifica para que al intercambiar contingencias se opere un cambio en el resultante, tanto para el actor como para su entorno, lográndose un producto enriquecido para ambos. Recordemos que la perspectiva sigue siendo relacional, y no debe ser conceptual porque los conceptos son una abstracción del pensamiento para justificar una acción, es decir encerrarla; y su contrario es la acción de destrucción o violencia, en que el poder se mezcla con el odio, por lo que el resultado de esa forma de actuar será de carácter negativo, teniendo en consecuencia un fin inverso. Todo depende de las proporciones y el signo del afecto: el amor crea vida, el odio la destruye, la acción es verbo transitivo entre yo y tu.

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El enamoramiento es como un chispazo de la atención (una especie de imbecilidad transitoria, decía Ortega) y se conecta con el deseo sexual el cual es una forma perentoria de atracción para copular, que puede llegar a durar y transformarse en amor con el tiempo si la relación desarrolla una estabilidad más allá del deseo, pero que tiene como fin el propio placer (la descarga sexual). Lo que lo diferencia al verbo AMAR, como al ODIAR, es su transitividad absoluta, la necesidad de ir del sujeto al objeto sin mediación. Se trata pues en una relación amorosa, o de odio, inmediata; de una disipación energética sumamente elaborada y poco comprendida hasta hoy por los seres humanos aunque sueñen con ella, que se confunde constantemente con esas otras formas relacionales prehumanas que son los instintos sexuales y territoriales mezclados con el miedo, y que son precursores de la relación de Poder. El AMOR se aprende en la primigenia transrelación madre-hijo; o no, y en ese caso la impotencia para alcanzar la felicidad transforma todo lo que era amor en odio, desencadenando pasiones terribles, que conducen a la aniquilación del Otro, y en muchas ocasiones a la del propio Uno, que anoréxica y bulímicamente, con adicciones a sustancias de adicción oral o sanguínea o en violento suicidio manifiestan su odio, que anidó en el hueco donde no estuvo el amor primigenio.

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El conocimiento se acumula en forma de saber y proporciona Poder. Porque la memoria es tiempo convertido en materia en los almacenes de nuestro cerebro, que vuelve otra vez al tiempo cuando recordamos el pasado o soñamos el futuro. El Poder es una relación que se estructura entre dos niveles de saber, cuantitativamente distintos, pero homólogos, y que existe en todo lo natural como información que se transmite genéticamente para permitir la supervivencia de todos los seres. Se constituye al acumular los conocimientos y utilizarlos para sacar ventaja en relación con quien no los posee.

Es la relación del cazador y la presa, el que más sabe de los dos es quien triunfa en la lucha por sobrevivir, pero ambos se anudan en la alienación de la imagen del otro, y se liberan dominando.

Se sitúa en un campo escalar distinto al del Amor en el esquema de las relaciones, parece tener las mismas reglas pero basadas en concentrar en vez de disipar, semejaría un circuito gravitacional, por su carácter atractivo y equilibrador y porque además es lo que produce la curvatura que encierra aquello que queda dentro de su campo de acción: lo social. Pero es inmaterial, su partícula/onda constituyente es el bit-informativo y la masa que genera es el saber que, acumulado adecuadamente en las memorias del Tiempo, proporciona las fuerzas necesarias para el trabajo del pensamiento (esa acumulación del fluido de la percepción que retenemos en forma de conceptos: ideas encerradas en cápsulas sustantivas que se mueven a través del tiempo por medio de los verbos: la fórmula mágica del lenguaje).

Por eso el Poder Humano reside en la Palabra (Amar es inexpresable verbalmente, requiere la metáfora), y se enseña a partir del NO en la segunda etapa de la vida infantil: con el control de esfínteres y alimentos que lo encadenarán orgánicamente en forma de tabúes, tótems y actitudes. Esa palabra es la que rompe la simetría del equilibrio animal de poder. Pero también los animales desarrollan formas o campos de poder al relacionarse unos con otros. Es pura economía del espíritu, esfuerzo ahorrativo para utilizar cuando convenga, que se introduce mediante el miedo a la inseguridad, desde el lado fuerte que muestra su experiencia ejemplificando, y atemoriza a quien carece de ella para hacerle aceptar la realidad frente a la placidez de la vagancia, o bien lo somete y esclaviza aprovechando su ignorancia. Su posibilidad de establecer dominios (el ámbito de poder visto desde arriba) y la jerarquización para distribuir el ejercicio del poder, crearon dos niveles: miedo y sumisión, abajo; violencia y amenaza, arriba. Lo que llevó a establecer dos morales (Nietzsche): la del aristócrata (de orgullo y justificación) y la del esclavo (de venganza y sumisión). Y en las religiones salvadoras se mezclaron, dando lugar a una doble moral de hipocresía y escándalo, de pecado y triunfo, por su dinámica vectorial transgresora; mientras en las orientales, que se esclerotizaron en las cinco relaciones confucianas, inmovilizan la sumisión, y la transgresión es vergüenza pública no culpa individual, porque el Ser es colectivo y la muerte insignificante. Se trata pues de un mecanismo adaptativo del animal humano, lo mismo que el Amor, que utiliza la energía existente de forma variada para conseguir una eficaz continuidad reproductiva.

El Poder se puede ejercer, por supuesto, de formas variadas (la violencia es el camino más corto para imponerlo, la democracia el más distributivo, pero depende de tantos factores de acuerdo entre desniveles que hace exclamar a un guerrillero como Arafat, hoy Jefe de la nación Palestina: "Es tan complicado ser demócrata...").

Lo que diferencia a los humanos del resto del mundo animal es su reflexividad, que da lugar a la posibilidad de transmisión cultural al margen de la genética, lo que ha ido introduciendo fuertes aberraciones en las fórmulas del poder y eso precisamente es lo que son las civilizaciones.

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La caza de grandes presas -un millón de años quizá en los genes, mientras que la agricultura no llega a 20.000 años- fue el origen del Patriarcado, y con él de la familia actual. Y no sólo porque supusiera la reclusión de las hembras en campamentos donde parir y cuidar criaturas y pertenencias (fuego, provisiones almacenadas, etc.,) a la espera del regreso de los guerreros que traían (aunque a veces fracasaban) carne y prisioneros/as, sino por el espíritu predador que introdujo en sus mentes. De ahí al capitalismo global de hoy que destruye el planeta sólo ha habido un recto caminar irreflexivo, montando sociedades-mercado-fortaleza acordes a tal mentalidad. Y "ellas" tanteando intuitivamente que macho le daba seguridad para ofrecerse seductoramente a él y conquistarlo: en ese esfuerzo tuvieron incluso que sacrificar su propio placer (estar con tantos como su fisiología permitía realmente) en aras de una pobre felicidad, que es ese bajo tono de satisfacción que planea sobre lo "seguro". Pero es que se jugaban la vida ante la bestia.

Durante casi un millón de años, los machos pre-humanos aprendieron a perseguir, acosar y matar y establecieron sus tabúes de preservación vital, controlando los secretos del su saber. Y la "monas" se lucían y entregaban sexualmente para poder ser defendidas de la misma brutalidad de los machos que, por lo general traían comida y pieles al hogar. Luego vendría la agricultura.

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Todo eso es consecuencia de la evolución en condiciones difíciles de disputa del entorno con otros predadores. Ahora esas condiciones han cambiado, y la mujer lo ha percibido antes que el varón, por eso ellas son hoy el sujeto revolucionario del género humano. De su voluntad de cambio actual depende en gran medida el futuro de los hombres, esos seres en camino de transformarse en dioses. Son ellas quienes han comprendido primero que existen formas de relacionarse que no precisan jerarquías de poder, como el affidamento; o lo que llaman autoridad, una relación que señala un rango de sabiduría en la mediación que se asume sin coacción activa o pasiva en el ámbito de su eficacia, permitiendo articular intercambios equitativos de conocimientos, de trabajo o de afectos, sin que implique dominancia de un lado sobre el otro; de hecho "ni tiene ni busca poder dentro del orden patriarcal" (Mª M. Rivera G.), y tiene sus propios métodos de intervención en lo público, como puede ser la ilegalidad responsable, que no se basa ni en la resistencia ni en la desobediencia civil sino en un comportamiento basado en el criterio de autoridad y que yo creo que está en la base de la actuación de muchas ONGs. Al romper el orden simbólico se consuma la revolución, y el cadáver en descomposición del Patriarcado queda expuesto para los servicios fúnebres, mientras se gesta un nuevo orden donde la diferencia no es discriminación sino multiplicidad. Hoy, una mujer es una mujer una mujer, y no una mezcla en partes elegidas por el macho de niño indefenso y animal sexual. Silenciosamente está en todos los lugares, e incluso en aquellos donde le cortan el paso, deben ya definirse por su ausencia "políticamente incorrecta": en las sociedades islámicas, las iglesias, donde lo sagrado ha sido miles de año masculino: dios y rey, la represa cede en tantos sitios que el caudal es imparable y desborda en grandes chorros o pequeñas grietas por toda la estructura del sistema patriarcal, de lo simbólico a lo físico. El dualismo alma-cuerpo (o espíritu-materia) que daba la preponderancia a la primera sobre el segundo fue el primer matricidio consumado alevosamente, asesinando a la propia engendradora de vida como protagonista del nacimiento de todo el ser desde su interior carnal al conceder la parte pura o sagrada de la vida del ente a un Dios-Padre (el macho original) que iba a otorgarla con el verbo. El orden violento del varón es reducionista para ser eficaz: tiene que fundarse en la negación y la diferencia, para que el Yo se cierre a la contaminación genérica adversa: se elige el modelo simbólico del padre o la madre por identificación exclusiva y haciendo que el centro de poder esté en el varón, dejando como alternativo y fuera del orden lógico a la femineidad y sus valores. Pero, al negarlo sistemáticamente para poderlo expulsar una y otra vez, lo ha mantenido vivo hasta que ha comenzado a germinar; y ahora, desde el otro lado del espejo el feminismo de la diferencia resurge entre las grietas de la muralla: el concreto se hincha y la consistencia cede por la liquidez de la lógica ancestral en la pétrea solidez de la dialéctica. Su forma de acceder al conocimiento no es jerárquica ni discriminadora así que no precisa estructuras científicas sino sensibilidad humana; la riqueza de su conocimiento no se acumula, se disgrega y reparte como el afecto y la comida en la casa de la madre.

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Del miedo a la muerte el hombre se sacó a los dioses, lugar al que había elevado a sus ancestros, que le visitaban en el sueño, para que, siendo superpoderosos, le protegieran de los peligros diarios. Al principio los dioses (devas en India) eran muchos, tantos como cosas importantes y se les rogaba ayuda ofrendándoles alguna parte de lo que otorgaban. Luego, cuando una casta monopolizó el culto y se convirtió en intermediaria ante lo mágico, exigió sacrificios mayores para beneficiarse de la esperanza (pasado mirando futuro) de los crédulos; y empezó a pedir fe (futuro mirando pasado) desarrollando un sistema moral en el que lo que era bueno para ellos se consideraba "lo bueno" o favorable a los dioses y lo que no lo era se tildaba de pecado a condenar y requerir penitencia, lo que no era otra cosa que una manera de conseguir otra ofrenda.

La hierocracia que se constituyó después, tras la especialización de funciones en las ciudades, fue quien les convenció de la necesidad de un Dios-Padre todopoderoso y al servicio exclusivo de su tribu o nación, al que habría que adorar sacrificialmente. La unión de los conceptos de Dios y de Nación (padre y madre sociales) le proporcionó el sueño de Proyecto Histórico, elevando a su familia o clan al estadio celular de un objetivo cultural que justificaba su sueño de trascender la genética para mutarse en dictador de su propio destino: Dios, uniéndose a los ancestros y dictando la Ley. Es la historia del poder entre los hombres.

Pero el hombre sigue siendo un animal que hay que domesticar uno a uno, antes de que se convierta en salvaje (natural), por medio de la enseñanza de los códigos sociales. Y los hombres debieron de darse cuenta, antes de serlo incluso, de que la sexualidad no era solamente una cualidad reproductora: que la abstención temporal, en un ser que dejaba de ser cíclico en su celo y gozaba especialmente del sexo, y la regulación ritualizada, le proporcionaban un control increíble sobre los individuos en período de aprendizaje, por lo que extendió las prohibiciones convirtiéndolas en tabúes, ligados a las formas culturales. Así prohibir servía para acumular. De hecho existe una especie de primates que está por encima de los chimpancés en la cadena evolutiva, los bonobos, cuyas hembras no entran en celo, al igual que las mujeres, siendo continuamente accesibles sexualmente (desde el punto de vista físico, claro) y caminan erguidos más tiempo, copulan con el abrazo anterior en vez de por detrás, lo que acerca sus rostros, y que resultan ser mucho menos violentos con sus crías, más tiernos, lo cual les asemeja a sus primos humanos.

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La familia transmite eficientemente los valores de sumisión jerárquica y construye para el pequeño cachorro humano el nido de conceptos espacio-temporales en que debe desarrollarse su existencia. Distintos en cada sociedad, pero todos iguales en lo que se refiere a la estructura básica del poder. Primero le da el amor maternal, imprescindible para su capacidad reproductiva y para establecer unas relaciones sociales humanas. Y luego lo alimenta de los conocimientos que lo sitúan en su lugar social, o en el que los proyectos soñados por sus padres quisieran estar (al fin y al cabo el hijo es la proyección temporal del padre, como su herencia es su proyección espacial que todos sueñan ampliar).

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El macho se convirtió en el elemento fuerte en su sentido físico de potencia y planificación para cazar grandes piezas, aunque la hembra pudiera serlo en otros campos, y adquirió cualidades de lucha y búsqueda; así como sus parejas intelectuales de planificación e invención, adecuadas en un estadio de carencias elementales y condiciones climáticas duras, que llevaban a disputar alimentos y abrigo a otras especies y a grupos rivales de la propia. Ello motivó el que las hembras que parían, desde la pubertad a su pronta muerte, crío tras crío y habían de quedar al resguardo durante los embarazos y la crianza, se hicieran por ello las depositarias de capacidades más sedentarias, modificando sus cualidades. Tal cosa debió de ocurrir tras muchos miles de años de estructura social con preponderancia femenina que pudo mitificar su poder sagrado de dar vida en la época de la recolección y vagabundeo; lo que motivaría una envidia misogínica de los varones que aún hoy se nota en ese desprecio secular hacia las mujeres por parte de los que se creen "más hombres entre los hombres".

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Las sociedades primitivas debieron de ser poco a poco dominadas por los machos que al establecer sus derechos jerárquicos fueron condenando a las hembras a la esclavitud hasta llegar a utilizarlas como valores de intercambio que reforzaban su poder en el grupo.

Aunque tenían que ser ellas quienes cubrieran las primeras etapas educativas, hasta la entrada en sociedad de los adolescentes, como aún ocurre, por ejemplo, en las sociedades islámicas en que la potestad del padre comienza hacia los siete años, momento en que toda la educación se impregna decididamente de menosprecio por la mujer a la que no se permite progresar estudiando y se la empieza a cubrir con el velo. El porqué de tal comportamiento se lo podríamos preguntar también a los monos papiones o a los humanos Massai entre otros muchos semejantes a nosotros que aún siguen en etapas anteriores de desarrollo social. Sus ritos y mitos nos contarían nuestra propia historia, si sabemos entenderlos.

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El apellido del padre (varón) puesto primero a cada hijo en nuestra civilización, señala el orden social de poder (la potestad sobre la herencia, genética y de las propiedades de la familia): es la negación de la mujer como persona, que impide "partir de sí para entrañarse, para establecer relaciones abiertas, superando la noción de ajenidad del mundo" (Luisa Muraro), porque anula, como después lo hará el matrimonio, la individualidad del ser femenino; es el hiyab (velo) occidental, que deja en tierra de nadie, o sea de todos, a las mujeres. Cada núcleo familiar reproduce ese orden, desde la del Rey (cuyas hijas mayores están en España sálicamente declaradas incompetentes para reinar al existir un príncipe varón) hasta las de las madres solteras, a quienes se pide aún que busquen, si no legalmente si de hecho por estar mal vista su actitud social, un padre que ponga su apellido a los hijos. También el género en el lenguaje indica la discriminación, al nombrar en masculino al conjunto: los hombres por la humanidad, o los españoles, los médicos, los negros, el dinero, el poder, etc. Un idioma moderno debería ser neutral y los nombres propios, con riqueza de posibilidades adjetivales o patronímicas abiertas, suficientes para llamar a las personas (Deleuze decía que "el lenguaje es fascista" y no se equivocaba mucho, creo yo, porque al menos machista si que es, sin duda). Al fin y al cabo ya tenemos números que nos identifican en los documentos oficiales, pero las mujeres además tienen un apellido de hombre apostillándolas.

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Mucho antes que la manzana (comunidad de familias) o la aldea y que la escuela y el grupo de amigos, la familia es la primera red social a la que se incorpora el individuo. Es un microcosmos de relaciones, un pequeño sistema donde aprender interactuando con el medio en condiciones normalmente favorables de cobijo y afecto. En ella se aprenden las primeras relaciones y, si allí predomina la afectividad y la cooperación -es decir, relaciones en las que el poder aún no ha hecho acto de presencia-, el niño no sólo tendrá muchas más posibilidades de sobrevivir al tejer sus otras relaciones sociales; si no que si le fallan, la familia actuará como red de circo en las caídas: estará salvado porque la solidez de su malla le dará el calor necesario en tiempos difíciles; y su misma aportación por pequeña que sea le mostrará un camino de solidaridad y amor tan gratificante como para estimular su extensión hacia las otras redes sociales. Claro que eso es un supuesto ideal, porque en la realidad la familia se conforma con enseñarle el papel que deberá adoptar para sobrevivir mediocremente; y eso, a costa de mutilar su capacidad creativa con prohibiciones y normas de cumplimiento estricto con el chantaje de los afectos como contrapartida.

Y, si en ella predomina el despotismo, la violencia, el abuso, la arbitrariedad y la falta de cariño, y se estimula el espíritu competitivo por encima de la colaboración entre iguales, el modelo vital que tratará de reproducir más adelante le conducirá a una lucha fratricida; y el autoritarismo activo/pasivo inculcado, el miedo a volver a caer en ese clima fatal, lo que le impedirá pedir auxilio cuando realmente lo necesite; además de convertir al individuo en un criminal miedoso y conspirador que hace sentir su propio terror a la soledad a los demás a través de la violencia.

En la familia se fijan sinápticamente las referencias del hombre social: el orden del poder. No es que sea imprescindible, existen otros modelos posibles, desde el falansterio al orfelinato, del clan totémico a la pandilla de huérfanos, pero la familia extendida guarda unas características naturales que ningún otro aporta, porque en ella aparecen los progenitores modelando el sistema relacional, dando coherencia a la necesidad de afecto y estímulo, al vínculo cooperativo y al juego creativo de buscar y aportar entre hermanos, de satisfacer la curiosidad y la ternura; más aún si están cerca los abuelos, tíos, primos y todos aquellos que aumentan el intercambio de experiencias generacionales. Desde luego no me refiero a la "familia cristiana" ni a ninguna en particular basada en coordenadas ideológicas represivas, sino a una un tanto ideal que aparece borrosamente en todas las formas familiares, pero que es posible dotar de contenidos, porque como modelo viene a ser de lo mejor que ha inventado la humanidad. Es un campo escalar social que, si se corrige eliminando las funciones sexistas y se democratiza con la participación responsable y decisoria de todos sus elementos, podrá reportar aún muchos beneficios en siglos venideros a la formación primaria de los niños, antes de pasar a los otros terrenos sociales.

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Soy fotógrafo de prensa en MADRID y además me gusta escribir. Tengo ya 60 años. Y opino que si no hubiera ni religiones con dioses ni ideologías totalitarias el mundo iría mucho mejor. No creo en la propiedad porque entré sin nada y así me iré de este mundo. Pero sonrío siempre que puedo a la gente (lo que produce efectos de todo tipo: unos se mosquean y otros me la devuelven). El cambio revolucionario lo están produciendo las mujeres al incorporarse a los usos del poder, así que espero que la sociedad vaya mejorando sin violencia y que el mundo detenga la locura de las guerras y los fanatismos para que algún día nuestros nietos vivan mejor. Mi otro Blog ¿POR QUÉ? es aún más descarado.