martes, agosto 22, 2006

Palabras Asesinas

PALABRAS ASESINAS (UTOPÍA CERO, Un relato de sociología-ficción)
Hubo de pasar el tiempo de las palabras para que la confusión dejara su sitio al entendimiento entre todos los animales.
De hecho, la inmensa mayoría de los animales se entendían ya antes entre sí con lenguajes no conceptuales. Sólo los hombres habían escapado a esa conversación. No todos. Pues hubo siempre quienes se dejaban llevar por la intuición y el gesto para penetrar la mente de otros. Pero, la mayoría, si.
Se habían olvidado de esa lingua común que permitía sentir lo que iba a hacer el otro sólo con mirarlo.
Las palabras, que a los humanes los hacían sentir orgullosos de sí mismos, superiores al resto del reino animal porque suponían que les proporcionaban la posibilidad de una conversación superior, de un diálogo y una interpretación compleja del mundo, eran no obstante una limitación interespecies. Es mas, imponían de hecho una limitación mucho mayor al impedir comprenderse entre sí a quienes nacían en culturas diferentes, donde las sistintas lenguas producían diferentes conceptos, distintos sentidos de la vida y de la muerte, distintas ideas de lo abstracto y lo concreto, que luego se convertían en la práctica en concepciones del mundo alternativas, contradictorias y, a veces, hasta enemigas o al menos incompatibles.
Los humanes creían, así lo pensaron durante miles de años desde que nombraron la primera cosa hasta que el mismo pensamiento puro disolvió los conceptos, que eran los elegidos de Dios, privilegiados por un supuesto padre-creador que les había otorgado el poder de hablar para ponerlos encima de todos los demás seres de su creación.
Estaban equivocados. Un par de filósofos de la Época de las Grandes Guerras y Revoluciones, en lo que ellos llamaron siglo20 (siguiendo una obsoleta cronología religiosa llamada cristiana, cuando esa forma civilizatoria dominaba el mundo sobre otras orientales mucho más antiguas y modernas, pero siempre en pugna con todas ellas), lo empezaron a intuir.
Cuando, tras mucho pensar y con razonamientos que empezaban a salirse del soliloquio de la época, dijeron: uno de ellos, que más valía callarse respecto a asuntos de los que no se sabía lo suficiente; y otor, que cualquier juicio hecho desde dentro de un sistema no podía comprender, ni negar ni afirmar, lo que estuviese fuera de él. bueno, venían a decir algo así, más o menos. Mostrando su perplejidad ante lo otro que se hacía un monstruo fundamentalista.
Resultó pues que aquello que tanto enorgullecía a los humanes era su mayor castigo. Creían comprender el mundo, pero cada uno tenía una idea distinta de él y entre todos lo iban destruyendo con una rapidez digna del mejhor de los meteoritos ciegos que aniquilaron a los dinosaurios y otras extinciones. Destrozaban los ecosistemas que habitaban, mataban a sus competidores naturales o los esclavizaban para usarlos de pitanza o diversión, contaminaban la atmósfera, las aguas y las tierras, explotaban sin otro límite que su propia ambición, los territorios que iban ocupando y extenuando. Se mataban entre sí para disputarse el control de los mismos, para lo cual los arrasaban, y arrebatarse los recursos presentes y futuros o impedir que sus vecinos los tuvieran. Eran crueles hasta unos límites incomprensibles para quien no entendiera que la maldad era un atributo exclusivamente humano. Eran egoístas y arrogantes, acaparando unos en detrimento de otros y de sus entorno ambiental, dejando morir a sus congéneres y creyendo además que los más listos y eficaces como especie eran los triunfadores con su malévola actitud y que por ello tenían el poder e incluso la obligación moral de imponer ese sistema llamado de libre mercado a los demás y al planeta mismo.
La palabra había llevado a la mente humana una fisión del mundo natural en que habían nacido. Llevados por su poder de manipular las cosas con sus miembros anteriores habían descubierto que la voz servía para unir la idea en el cerbro y la acciónene el cuerpo. La habían articulado con recuerdos y anticipaciones de su sueño y se habían hecho entender con órdenes y avisos.
Todo les pareció tan marvillosos que, como se asustaban de los fenómenos naturales porque aún no los comprendían, llegaron a pensar que alguna magia regía los sucesos. Y, ante sus muertos queridos hicieron sacrificios y ofrendas.
Pero como en cada sitio las palabras derivaban y se iban haciendo incomprensibles a los vecinos con quienes se disputaban los recurso, cada uno quiso tener su propio protector mágico y exigirle que le justificase los robos, las violaciones, las masacres o cualquier otra rapiña contra quienes fuesen ajenos a su pueblo. Inventaron a sus malditos dioses particulares.
Todas las guerras del mundo fueron perversiones de pretendidos buenos sentimientos morales. Todas tenían su "justificación" y quienes las practicaban se creían buenas personas haciendo lo que era justo y necesario para su pueblo. Pero mataban, torturaban, esquilmaban, arrasaban y llevaban a cabo toda clase de barbaridades para satisfacer al dios, la patria o al jefe de su tribu.
El resto de los animales, sin embargo, se entendían entre sí con sólo mirarse. Sabían si el otro tenía buenas o malas intenciones a través de sus comportamiento o de la memoria genética acumulada y sólo mataban por necesidad, fundando cada una un nicho ecológico por adaptación natural en el que sobrevivían sin destrozar en exceso sus recursos. O, cuando las condiciones naturales cambiaban brusca o radicalmente, se extinguína o evolucionaban para encontrar otro nicho en que prevalecer.
No es que no hubieses ciertos abusos de algunas especies o individuos animales respecto a otros, pero por lo general acababan como alguna calse de simbiosis en la que uno parotaba algo al otro, tanto si era íntima o ambientalmente.
Sólo los humanes, con su estúpido lenguaje de palabras cerradas establecían un cisma, un episteme radical con la naturaleza que rompía la armonía del planeta. Y lo acabaron pagando.
Su soberbia moral los había conducido a las guerras y al expolio de la Tierra. culminó en destrucción masiva sistemática, desertización y corrupción ambiental, todos contra todos y sálvesé quien pueda. Porque el egocentrismo triunfalista de ser triunfador hacía paranoicos, y el acaparamiento obsesionaba avariciosamente a todos. Los estados querían ser imperios; las tribus, naciones; las religiones, únicas; los predicadores, dioses redivivos. Los propietarios querían más y registraban hasta los nombres y los principios naturales; los agraviados regalaban su odio matándose en espectaculares suicidios-bomba; los héroes estaban de capa caída y sólo se preocupaban de sí mismos, para quedar bien; los mártires, sin embargo, en lugar de compasión y entrega humilde querían humillar a quienes los hacían sentirse minúsculos y optaron por autoinmolarse de la forma más terible y ególatra posible: asesinando a cuantos más inocentes pudiera, mejor. Y, no es que los otros fuesen del todo inocentes, pero no tenían nada que ver con aquello que a esos locos fanáticos de la pureza tanto preocupaba: que su identidad fuera mortal de facto, que su dios o nación un fraude, una obcecación criminal, un sueño imposible que al no poderse realizar hubiera de destruir todo en torno suyo, una alienación verbal contagiada por lo poco de verdad que tienen las palabras y lo mucho de ilusión imaginaria; una apertura al infinito virtual donde todo podría ser posible siempre que no tenga que convertirse en realidad. Porque la realidad es roñosa y burda para quien sueña paraísos y alcalnzarla uniendo los cabos de la verdad y la mentira que encierran las palabras, una utopía sin ninguna posibilidad de llegar a ser.
Por eso hizo Dios o la Nada Eterna, tal vez, que los humanes acabaran olvidando las palabras. Ese milagro que no habían sabido emplear con cordura. Y pudiesen así llegarse a entender con el resto de las bestias, comprender el lenguaje vegetal, la expresión geológica y la radiación de los astros. Llegaron así a establecer contacto con otras civilizaciones estelares inteligentes, usando las matemáticas, el lenguaje de las ballenas a las que casi habían extinguido y devorado, de los delfines, los felinos, los paquidermos y los osos. Capaces por fin para interpretar los gestos de los cardúmenes de peces y los insectos, de los bosques y los ríos, del movimiento tectónico de placas y las olas de los mares. hasta dispuestos a entender la sutil lengua de las bacterias, los virus y los vientos, comprendieron que la Tierra eran ellos, junto a todo lo demás pero no por encima de nada. Y que cada vez que algo se perdía, ellos mismos quedaban mutilados de la auténtica verdad, la existencia espacio-temporal limitada de su presente y su corto futuro.
Entonces vibraron con la armonía del Cosmos y se integraron en el Universo que los esperaba desde hacía miles de años para pensar también con ellos.
continuará...

No hay comentarios:

Datos personales

Mi foto
Madrid, Madrid, Spain
Soy fotógrafo de prensa en MADRID y además me gusta escribir. Tengo ya 60 años. Y opino que si no hubiera ni religiones con dioses ni ideologías totalitarias el mundo iría mucho mejor. No creo en la propiedad porque entré sin nada y así me iré de este mundo. Pero sonrío siempre que puedo a la gente (lo que produce efectos de todo tipo: unos se mosquean y otros me la devuelven). El cambio revolucionario lo están produciendo las mujeres al incorporarse a los usos del poder, así que espero que la sociedad vaya mejorando sin violencia y que el mundo detenga la locura de las guerras y los fanatismos para que algún día nuestros nietos vivan mejor. Mi otro Blog ¿POR QUÉ? es aún más descarado.